Las elecciones se acercaban y el gobernador había perdido la fe de ganar su posición. Incómodo en su silla deteriorada y molesto por un cojín ondulado que lo hastiaba decidió cazar votos en el campo. Ordenó a su secretaria que hiciera arreglos para visitar a don Delfín, un líder comunal que con solo decir “ese es” llenaría las urnas de la victoria. El líder, aunque carecía de dinero, encargó para su compadre la mejor botella de pitorro.
El gobernador era un hombre debilucho pero no pudo negarle unos tragos a Delfín. De pronto sintió un malestar en el estómago y preguntó:
—¿Donde queda el excusado?
—Más allá de la loma del tamarindo, contestó el compadre.
—No se preocupen que si gano las elecciones les prometo que voy a ordenar que se construya el alcantarillado que pidieron cuatro años atrás.
©Edwin Ferrer
