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El párroco / por Edelmiro J. Rodríguez Sosa

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Era el párroco de un pequeño pueblo del sur de Puerto Rico. Se había distinguido por su piedad y por sus escritos sociológicos y su prístina teología.

Corría el año 3010 de la era cristiana cuando fue llamado a Roma bajo estricta confidencialidad. Solo su obispo sabía de la llamada, pero no de su contenido.  Llegó a la ciudad eterna una tarde de primavera. El clima era agradable y abundaban las flores en todos los rincones.

Lo recibió el Cardenal jefe del Estado Vaticano.  Inmediatamente fue conducido ante el Papa quien lo recibió en su despacho.  Luego de la bienvenida y los saludos de rigor el Papa le comunicó que lo haría obispo titular de Sanilsa y le impondría el capelo cardenalicio.

Asombrado, tembloroso y blanco como un papel el párroco rehusó tan grandes honores por considerarlos inmerecidos.  El Papa le comunicó dos razones por los cuales tenía que aceptar.  Primero, porque había sido el mismo Cristo quien lo había escogido y segundo, porque lo ordenaba el Papa y el párroco tenía voto de obediencia hacía el Sumo Pontífice.  Al párroco no le quedo más remedio que aceptar las designaciones, lo que hizo con mucha humildad.

Luego de las ceremonias oficiales en la Santa Sede, a las que concurrieron figuras importantes del gobierno de su patria y del pueblo en general, el Papa le concedió dos semanas para que volviera a su isla, no solo a recibir los parabienes de sus compatriotas sino a bendecirlos, ahora como Cardenal.

De regreso a Roma fue nombrado secretario particular del Papa.

Pasados cuatro años el Sumo Pontífice murió.  Sorpresivamente, el conclave de cardenales votantes nombró al párroco como el nuevo Papa.  El primer sorprendido fue él, que rehusaba el papado.  Sus colegas lo obligaron a aceptar la Cátedra de San Pedro.

Hoy se le recuerda como el Papa que reformó el clero dando reglas específicas y eficaces para su funcionamiento.  Su mayor contribución fue que unió bajo una sola Iglesia a todas las confesiones cristianas del globo terráqueo y de todas las iglesias de las siete galaxias conocidas.

A su estadía en Roma, que duró treinta años, se debe el que los romanos, y todos los pueblos del planeta, coman arroz y habichuelas con chuletas fritas como plato principal.

©Edelmiro J. Rodríguez Sosa, 8 de julio 2010

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