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Enigma / por Edwin Ferrer

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Entonces es Toño…

Aquello a un costado de la la plaza es un reloj, cuatro ventanas y una puerta. 

—¿Cómo naciste entre nosotros?

—¡Feliz!, escondido detrás de “La Españolita”.

Un violín sonoro taladró el pozo oscuro cuando el fuego se encendía al inicio de la tarde y las campanas sonaban melancólicas.

Unos extraños descendían desde la Asamblea Municipal para preguntarle al anciano que traía el tiempo muerto, pero su rostro se volvía a las manos del picador de caña a quienes  los mandatarios interrogaban en los surcos desvestidos detrás de sus ojos. Un alcalde señaló con sus manos al erudito que había profetizado el final de los cañaverales y la emigración a ciudades desconocidas. El Honorable juró que las palabras del anciano serían olvidadas, pero un montón de obreros emergieron desde la plaza del mercado pronunciándolas, aunque no articulaban.

Eran tiempos en que se daba soltura a la locura en las salinas. Quien no conoció su palabra la balbuceó sobre el techo de la casa de Cardona mientras los terratenientes despertaron con ella  a un vagabundo.

Hoy en día su palabra festeja el enigma. Festeja las urbanizaciones, la decadencia de la Central Aguirre, el grito de los espiritistas, el verano inerme sin cañaverales, la corrupción y el crimen.

Su sombra se refugia bajo un laurel de la india.

Llámalo cuando su palabra enumere los azotes en las espaldas.

©Edwin Ferrer

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