Eso, dicho así, sin mucha elucubración, parece un bombito al cátcher. Algo así como decir: Después de la tempestad el cielo se esclarece. Pero el reconocimiento que se le ha de brindar al salinense en Cooperstown mañana es la culminación de una vida dedicada a ser, no solamente un gran pelotero de Grandes Ligas, sino el mejor Segunda Base en la historia del deporte.
“Vi jugar a Joe Morgan, cuando yo era un muchachito –le oí decir hace unos días a un exjugador de Grandes Ligas y ahora comentarista del juego- y jugué contra Ryne Sandberg y Robbie Alomar. Pero ninguno se le compara a Alomar. Robbie lo tenía todo: rapidez, poder, insuperable en la defensa, temible en la ofensiva, inteligente en el terreno de juego. Explosivo”.
Desde sus inicios en Salinas, cuando jugaba pelota sin ningún otro interés que el de divertirse jugando un juego que le apasionaba, Robertito, como le conoció todo el pueblo, se esforzaba por hacerlo mejor que sus compañeritos de juego. Eso lo hacía, suponemos, porque en sus sueños, además de ganar partidos y lucir bien haciéndolo, estaba el de algún día vestir el uniforme de alguno de los equipos de Grandes Ligas, donde su padre, Santitos, era, por derecho propio, un jugador regular.
Fue un estudioso del juego, un fiebrú, un fanático que se sabía de memoria nombres, estadísticas, jugadas que ensayaba en sus juegos hasta la perfección hasta que un día se realizó el sueño y todo lo demás es historia que a sólo horas culminará en su inducción al Salón de los Inmortales en Cooperstown.
ENHORABUENA
©Josué Santiago de la Cruz
©Foto: Encuentro…al Sur

