— ¿Cuántas veces te he dicho que no salgas al balcón?
Mientras tanto el niño salió corriendo y se encontró con Pablo “el consolador” en la punta del malecón.
—Ven, quiero que acompañemos sentimientos. Hoy al salir de la escuela vi la nena más bonita del pueblo. ¿Sabes dónde? —musitó Ramirito.
—No me digas que pasaste por la casona de los balaustres, esa niña no te va hacer caso, dicen por ahí que tiene la sangre azul.
— ¿Cómo la de los calamares?
—No. Tiene casta de españoles —contestó Pablo.
—Pensé que ese usurero era de aquí. Es más trigueño que mi papá —gruño Ramirito.
—Tiene mucho dinero. Es el único negocio de esa índole que hay en el pueblo y ha convencido a todos que tiene linaje.
—Querrás decir “Pedigree”, se parece al sato de mi casa.
—Mantén tu distancia si no quieres ir preso —advirtió Pablo.
A Ramirito no le importaba, y una mañana brincó la verja de la casona y se encontró con la niña quien descansaba en un sillón de ruedas. Tenía una protuberancia en la espalda y las piernitas cortas.
Ramirito no dijo nada, solo veía la belleza que brotaba de aquella flor. Cuando Don Lelo se iba atender el negocio la acompañaba toda las tardes.
En el pueblo, los cuentos de hadas terminaban cuando los jóvenes cumplían la edad suficiente para ir a la guerra de Vietnam.
Ramirito regresó después de haber cumplido con la patria de los sueños de nadie y una medalla púrpura en su uniforme. Antes de ir a su casa saltó el balcón de los balaustres, y se oyó una detonación.
En la primera plana del periódico farfullero anunciaban:” Héroe de guerra muere al tratar de robarse una silla de ruedas”.
©Edwin Ferrer

