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Para José Manuel

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De José Manuel

 José Manuel, hijo mío, padre mío, hermano mío, expresión mía, hoy quiero hablarte y lo que quiero decirte no es poesía aunque bien sabes que en todo lo que se mueve en torno a nosotros y a través de nuestras palabras, inevitablemente, naturalmente, hay, siempre habrá poesía, pues la vida, la vida toda, es poesía. Pero quiero hablarte con los pies muy firmemente puestos sobre la tierra.  

Al levantarme esta mañana escuché el ladrido lejano de un perro; abrí la ventana y no vi al perro, pero ví el naranjo del patio posterior agitándose cadenciosamente con el viento. Estiré los brazos, aspiré el aroma a naranjas maduras y pensé: “es la vida que pasa”.  

Luego vine a desayunar. Reflexioné en las manos desconocidas y distantes que sembraron y cosecharon los granos para que yo pudiese tener café en las mañanas. Manos distantes y desconocidas de alguien que probablemente nunca llegue a conocer pero que tal vez un día, sin que ninguno de los dos lo sepamos, crucemos nuestro andar en la acera de cualquier ciudad o en la vereda de alguna montaña, sabrá Dios en qué país del mundo. Pero sé que alguien –o muchas personas- sudan y trabajan anónimamente para hacer llegar el café y el pan hasta mi mesa. ¿En qué estará pensando? ¿Cuáles serán sus sueños? ¿Cómo será el color de sus manos? ¿Hacia dónde dirige la mirada cuando se pone el sol? ¿Quién lo estará esperando -y con qué ilusiones- en su hogar? ¿O quién lo estará esperando para compartir qué tristeza que aquí yo desconozco? Bueno, José Manuel, ese hombre cansado que abonó la tierra con su sudor es una expresión de la vida, una expresión de Dios. 

Pasaron dos niñas con quien presumo que es su padre, camino de la escuela. Pasaron por la acera de frente a mi casa, bañaditas, con los uniformes planchaditos y las mochilas con los útiles escolares sobre sus espaldas frágiles. Caminaban alegres y su conversación me parecía una algarabía de pajaritos de la mañana. Aquella alegría casi me rompe el corazón. Y pensé que esa era otra expresión de la vida. O era, tal vez, que Dios estaba tocando, por medio de esas voces, el cristal de mi ventana y diciéndome: “Mira, hijo mío, mira bien…!” Lo sé porque en ese momento sentí deseos de abrazar a aquellas niñas y a su padre que las escuchaba y cuidaba sus pasos. Sí, es la vida que pasa. 

Pienso en el ronroneo de los autos que pasan por mi calle, en la carga de humanos cansancios y esperanzas que van a no sé dónde. Que van a trabajar, creo. Humanos que viven día a día descartando los rumores de guerra – o tal vez no, acaso con el miedo de las guerras. Y sé que eso es así en todas partes, en cualquier lugar del planeta. Pero hablan, dejan sus palabras en el viento, dejan que sus corazones canten la alegría de estar vivos y la esperanza de un mañana mejor. Y me pregunto: los poderosos, los dueños del planeta, ¿acaso piensan en éstos? ¿Les preocupan? ¿Les importan? ¿Comprenderán acaso que éstos, los pequeños, son una expresión de la vida, que son la vida misma, que son la más dulce expresión del Dios que proclamamos como el creador de todo? 

Hoy no he querido leer el periódico. Ningún periódico habla de la esperanza. Ninguno habla de la primavera ni de la dulce anciana que al pasar con su sombrilla por mi acera y que al verme en la ventana me sonríe y saluda con la mano como si nos hubiésemos conocido de toda la vida. Las portadas de los periódicos no hablan de los pintores ni de los poetas ni de los jornaleros que recogen los granos del café que mañana yo me estaré tomando… 

José Manuel… escucha, a partir de hoy tienes que ser una expresión, una celebración, de la vida y sus promesas. Hay que ser una expresión de la no-violencia, de la libertad, de la justicia. Una expresión del amor que pasa, también, como el viento que agita el naranjo. 

La vida ha danzado hoy en tu corazón.

  

josé manuel solá / miércoles 18 de septiembre de 2013 / Caguas, Puerto Rico.

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