por Edwin Ferrer
—¡Quítate esa cosa de la boca!—Le dijo a un sexagenario que agarraba una medalla en la mano y lucía una perla en la lengua.
Luego vio a una señora de setenta con un tatuaje en el cuello y no dijo nada, pero abrió los ojos y la miró fijamente, y a la jovencita que la escoltaba.
Cruzando el Rio Niguas se encontró con un sapo concho lleno de verrugas y lo cogió en sus manos.
—No cambies tu ser, algún día serás un alcalde, más no seré yo quien te dé un beso, no creo en política.
Luego se dirigió a su pocilga y encendió las velas de su altar. A eso de las doce de la noche tembló la tierra y todo quedó inerte y oscuro .Por la madrugada, alguien casi tumba la puerta de su casita. Cuando abrió, un joven de dieciséis años con una niña en sus brazos le pidió que la reviviera porque se había caído de un caballo. Ella la miró y al contemplar su rostro de luna dijo:
—Ya es muy tarde, se la llevó la primavera.
©Edwin Ferrer

