por Aníbal Colón de La Vega
Escogió pescadores como seguidores suyos y se alió a profetas radicales, como Juan. Amó a los pecadores, prostitutas, leprosos, publicanos, cobradores de impuestos. Dijo que las rameras nos precederían en el reino divino. Curó en sábado y defendió a los discípulos que arrancaban espigas de trigo en el día de reposo. Caminaba por los campos y comía donde le sorprendiera el hambre. La emprendió a latigazos contra los mercaderes del templo.
Propuso que entregáramos el manto al que pidiera la túnica. Despreció las riquezas, presentó a los niños como modelos, enalteció la despreocupación de los pájaros y lirios del campo. Predicó las bienaventuranzas como fundamento de la verdadera dicha del hombre. Instruyó sobre el perdón y se opuso a la violencia. Enseñó a no temer a los que pudieran darnos muerte. Nació, vivió y murió en condiciones muy difíciles; y la mayoría de sus partidarios lo abandonó a raíz de la crucifixión. Y existen otras acusaciones que omitimos por razones de brevedad. Según los criterios convencionales y la mentalidad común y corriente, este hombre está un poco desorientado y necesita ayuda urgente.
