Advertisements
A Edith Vulijscher
La serpiente se le apareció en el sueño y le mostró una fruta.
-Muérdela y vivirás para siempre.
Miró las estrellas que en el firmamento preludiaban el amanecer.
-¿A qué temes, hombre? Come de ella y serás libre.
Luego Eva lo despertó. Le enseñó el fruto prohibido y con mimos de mujer hizo que lo acariciara.
Intentó resistir. Pero ella le susurró al oído:
-Calla y come.
Entonces palideció el cielo y comenzó el diluvio.
© Josué Santiago de la Cruz
