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La noche se llenó de misterio y un transito de ideas, todas ellas difusas e irreconocibles, le salieron al paso. Luchó con tenacidad contra unas manos anónimas que la estrangulaban. Se vio asediada por una muchedumbre enloquecida e intentó correr, pero cayó en un abismo que le abrió los ojos. Sobresaltada y nerviosa miró a su alrededor… Nada había cambiado: el crepúsculo atisbando por las hendiduras en las pareces, el anafre frío, las planchas de cinc agujereadas y el hombre resoplando su aliento avinagrado.
© Josué Santiago de la Cruz
