Juana era muy religiosa. Vivió para Cristo, murió por él y resucitó. Su voz clamó en una esquina del Condado como si fuera otro llamado ardiendo con un fuego desconocido. Pidió sombra en telas de seda, pero colgó sus recuerdos en un maniquí. Sus amigos y amigas se habían marchado sin despedirse. Un grito quedó atrapado en las vitrinas de una boutique que dejó un eco que se fermentó con la duda.
— ¿Quién vio lo que sucedió aquí?—Preguntó la voz que se escucha después de la muerte.
—Pregúntale a l gobernador. ¿No vas a llamar la ambulancia?—Preguntó un borracho.
— ¡Cállese!— Exclamó el oficial.
—Dicen que estaba desesperada.—Musitó la vecina.
Al otro día salieron noticias de desempleo. Mientras tanto en la televisión estaba ella; en pareja, con su jefe bailando bomba y plena.
© Edwin Ferrer 09/29/2009
