por Josué Santiago de la Cruz
Miraba con fiereza la alcaldía,
Enhiesta la cerviz, augusto, claro,
Denuncia la injusticia del avaro
Político opresor y compañía.
Sembrado en sus verdades, aquel faro,
Profeta que mi pueblo no entendía,
En medio del dolor que lo afligía
Hablaba con la fuerza de un disparo.
El tiempo continuó su raudo vuelo
Y un día aquel profeta enmudeció,
Dejando en sus amigos el consuelo
De cultivar aquello que él sembró:
La fibra tan mordaz de su escalpelo
Del lado de este pueblo que adoró.
JSC
Hubo un tiempo en que mi vida por entero giró alrededor suyo. Me lo imaginaba escribiendo hermosas páginas que luego deja en manos de alguna doncella de ensueño. En vigilias literarias donde el vino soltaba sus alas que el viento volvía mágicas metáforas para asombro de sus interlocutores. Aquellos sueños donde el cabalgaba en el brioso corcel de la inspiración en ocasiones, cuando lo recuerdo, vuelven a mi. Por eso, cuando lo pienso, nunca lo hago en tiempo pasado y reclamo para mi, con aparente soberbia, pero por derecho propio, porque me lo gané a fuego, martillo y yunque, el derecho, perdonen la redundancia, de ser su legítimo heredero.
A Toñito lo ahogó el pueblerismo. Nadie, que no haya pasado por la angustia de predicarle a las víboras y los alacranes, puede calibrar el dolor que siente un escritor sentirse huérfanos de oídos y lectores. Eso lo vivió Toñito y yo lo entiendo porque a mi también me han mordido las víboras y los alacranes.
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Veces fueron que, a la casona de la calle de La Playa, enfrentándome al trajín de pasajeros esperando la guagua de Cachola, subí con Josué a conversar con Toñito, como lo llamaba Tilita y su generación. Yo, interesado mayormente en trastear en la historia bebiendo del conocimiento y las ficciones que entornos al cotidiano suceder del tiempo de Salinas narraba. Josué exponiéndose a la crítica incisiva capaz de frustrar al más entusiasta aspirante autor cuando le mostraba sus escritos. Aquello era una disciplina típica de la época, sino a golpes físico, golpeando la autoestima del más lindo. Pero Toñito, más bien retaba el talento literario en ciernes de Josué fortaleciendo tanto en él, como en mi, la conciencia de que vivir, aunque fuera sumergido en el alcohol en su caso, era un acto heroico donde debían reinar el conocimiento y el sentimiento. Hombre jodón, capaz de hilvanar el más controvertible asunto a su favor. Tal vez, Dante y Josué conocieron mejor su carácter, el personaje que era. A mí, me hizo custodio de los pocos escritos que aún tenía en la casona, A Josué, le dio oportunas lecciones sobre el difícil camino del escritor.
En definitiva, fue un gran amigo.