Cómo es usual las prácticas culturales de la nación dominadora, tarde que temprano, se imponen a los dominados. A eso se añade la cultura homogénea y globalizada impuestas por los grandes medios de comunicacion del capital.

La celebración del Thanksgiving Day se impuso lentamente como un parcho Imperial en la cultura puertorriqueña. Su imposición cobró auge entre las clases populares en la década de 1960. Anteriormente se celebraba en el seno de las familias norteamericanas regentes de la colonia radicadas en el país y entre familias estrechamente dependiente con los centros de poder de los Estados Unidos en Puerto Rico. También la celebración se introdujo a través de las congregaciones protestantes qué se establecieron en el país luego de la invasión de 1898 y luego en el catolicismo como consecuencia de la posterior americanización de la jerarquía católica.

Ya en la década de 1960 se popularizó la festividad vía el currículo escolar y por la decisión del gobierno de Estados Unidos de conceder el último jueves de noviembre como día festivo.

Para inculcar el apego por el Thanksgiving Day entre los puertorriqueños se invocaba el relato cuasi místico de los Padres Peregrinos cristianos.  El relato cuenta que tras una aciaga travesía los peregrinos llegaron a Nueva Inglaterra y fundaron Plymouth.  Continua diciendo que luego de sobrevivir a hambres y enfermedades con la ayuda de los indígenas Wampanoag, se reunieron a dar gracias a Dios en torno a una cena donde peregrinos y nativos conviviendo en paz comieron como alimento principal pavo. Obviamente este es un relato artificioso que oculta toda la violencia generada contra los indígenas tras la llegada de los colonizadores.

La indiferencia fue la reacción prevaleciente entre los puertorriqueños antes de la imposición del Thankgiving Day.  En la cultura popular se convirtió en el Día del Pavo, puesto que la comercialización de la festividad se centraba en la compra de esa ave cómo plato principal para celebrar ese día.

Pero a pesar de ser el Día del Pavo, el ave no satisface el paladar puertorriqueño.  Por tal razón la mayoría de las familias cenaban ese día pernil de cerdo reproduciendo la tradicional cena navideña acompañada de arroz con gandules, pasteles y postres típicos. No obstante, la publicidad comercial fomentaba el consumo de productos estadounidenses insistiendo en la compra pavos y postres de calabaza al modo de los Estados Unidos.  A los modos culinarios estadounidenses los puertorriqueños optaron por los toques culinarios del país.  Así, contra el sabor insípido de la carne de pavo saturada de mantequilla, el puertorriqueño se las ingenio y creó el pavochón. Es decir, el pavo adobado con las misma especies utilizadas para adobar un lechón y al que se le coloca un relleno preparado al gusto puertorriqueño.

Palés con su poesía nos mostró qué la hispanidad no era nuestra marca de identidad, que del Caribe nos llegaba nuestro verdadero sello. Porque el Caribe habla en lo profundo además con la fuerza del mestizaje en palabras originarias del indígena y del esclavo africano.  Por eso tampoco nuestra marca es angloestadounidense, porque nuestro paladar contiene el mestizaje de sabores de una amalgama cultural que supera al paladar estadounidense.

© Sergio A. Rodríguez Sosa

Foto Latin mom