Alex es pintor y vive en Santo Domingo. Todo el mundo sabe dónde está el taller de Alex en Santo Domingo: en la plaza de la Zona colonial, exactamente en la esquina del Hotel Conde de Penalba. Alex labora allí todos los días, desde que sale el sol hasta que llega la tarde. Su “taller”, sin embargo, no tiene ni paredes ni ventanas ni puertas. Alex trabaja desde un banco de la plaza.

Algunos de sus instrumentos de labor, como el caballete, están allí de día y de noche. Nadie los toca, nadie los remueve pues se sabe que son de Alex. Los límites del taller son algo imaginarios. Cuando Alex pinta, nadie invade su espacio. Quizás la marca más objetiva del área de trabajo de este pintor es el piso manchado de pintura. Goterones de pinturas de todos los colores, acumulados con el pasar del tiempo.

Mi hermana, compañera de este viaje, comenta que Alex pinta con un solo pincel, un pincel grande, grueso y viejo, que parece una brocha La paleta de pintar es vieja y rudimentaria. Da la impresión de que todas las pinturas están ya mezcladas.Un emplaste.

“Deja que tire la primera línea, para que veas el talento”, me dice mi hermana. En efecto, de lo que al principio parece tan solo un trazado errático de líneas y puntos de todos los colores va surgiendo poco a poco una imagen clara. Hoy pinta una playa, una playa que ya no existe. “Esta playa estaba donde ahora está el Malecón de Santo Domingo”, puntualiza Alex, “alli iba yo de niño”.

No tardé en entablar una amistad con Alex. No sabría a qué escuela de pintura asignarle. De eso no sé. Alex pinta por pintar, y lo hace en la calle, en medio del bullicio de la gente. Algunas de sus obras adornan hoteles y oficinas de la capital de la República. Otras se van con los turistas. A Alex no le importa. Es feliz entre la gente.

Le comento que conozco a otra artista de apellido Alsina: la boricua Marta Aponte Alsina. Le digo que ella es, en mi opinión, una gran escritora.

En medio de la conversación con Alex, en la que pregunto sobre mi viejo amigo, un guitarrista y juglar dominicano me aclaró: “Llegaste tarde, hace tan solo unas semanas que murió. Siempre estaba aquí cerca de la plaza”.

Las vueltas que da la vida. Llegué a Santo Domingo con el propósito de reencontrarme con un viejo amigo: Víctor Camilo, un artista de la fotografía. Primo o primo hermano, no recuerdo bien, de Michael Camilo, el afanado pianista del jazz, Víctor Camilo era un mago de la cámara. A mediados de la década de los ochenta, Víctor Camilo concentraba su obra en el tema de la negritud en África del Sur. Sus fotos, de una composición sublime, mostraban las condiciones de vida de los barrios negros de ese país.

Las vueltas de la vida. Fui a Santo Domingo buscando a un amigo de antaño y no lo encontré, pero hice una nueva amistad .

cc Rafael Rodríguez Cruz