Sus fuertes carcajadas eran la seña de su intachable identidad. Sus risas sobrepasaban por encima a las hienas aún siendo Pantera. Se desplegaba por todo el pueblo como un acordeón en manos de un principiante, tocando átonas pero alegres melodías. Sus notas no tenían secuencia en el pentagrama. Podían empezar con un ji, ji, ji, un jo, jo, jo, un ja, ja, ja, o una cadena de ji, je, jo, ja, je, jo, jo. Así seguía desde el malecón a la plaza los sábados, después de haber cobrado alguna que otra chiripa.
Todo empezaba bajo el flamboyán del callejón hacia Borinquen donde afinaba con unos tragos de aguardiente. El primer trago era silencioso, cataba el divino elixir de los desafortunados. Cerraba sus ojos y hacía unas gárgaras dentro de sus mejillas, para decidir si estaba bien fermentado o para detectar la caña diez doce. Si no, escopeteaba el buche y no compraba el licor. De ser buen aguardiente, salía resonando como una locomotora con un jo, jo, je, ji, ja, ja, je, ji, je, jo.![]()
Su amigo Güelito, el asistente de la funeraria Salinas Memorial, tenía escondida una botella de pitorro fermentado con raíces, pasas y huevo de carey escondida dentro de un ataúd. Un domingo vespertino, después de haber embalsamado y preparado un cadáver para el sepelio, Güelito invitó a Pantera a darse unos tragos. Después de haberse echado el primero, se prendió como un cohete y comenzó con un largo ja, ja, ja, ja, ja, seguido por un je, je, je, je luego un jo, jo, jo, jo, hasta retumbar con un jiaaaaajajajajajiiii.
De pronto, el muerto se levantó y Pantera arrancó a correr malecón abajo como alma que lleva el diablo, perdiéndose en los matorrales de la colonia Isidora. En realidad el que más se asustó fui yo, cuando me bajé de aquella caja de muerto y Güelito me corrió con su palo de escoba.
© 15/5/2009 Edwin Ferrer
Desde nuestros más tempranos años juveniles un grupo de jóvenes nos reuniamos para hablar de todo. Era nuestra peña, lo que nuestros chicos ahora renombran corillo. Pues aquel nuestro corillo, por mil razones, mentiras, por dos o tres razones que suelen ocurrir comúnmente, se dispersó. Entre las varias razones que me motivaron a crear este blog de Ediciones Abeyno, una era reunir el corillo nuevamente y además ampliarlo con nuevos, corilleros, para no decirles como Koko llamaba a los integrantes de una trulla, corifeos y corifeas.
Pues agraciadamente esa intención va cobrando forma y aqui estamos, todos los colaboradores celebrando que nos agrupamos en el corillo de Encuentro al Sur. Pero esta vez, con diálogos sorprendentes como este que Edwin llamó Pantera.
Acá estamos, el corillo desde todas las latitudes pero reuniéndonos al Sur, como acto de afirmación benedettiana, de que acá también hay vida.
Si bien es verdad aquello que enunció Tolstoi a los efectos de “Describe tu aldea y serás universal”, no es menos cierto que la anécdota, si se queda en lo anecdótico, es also así como un gato que quiso ser perro y no pudo porque no aprendió a ladrar o no lo hizo convincentemente. O sea, que se quedó en el intento.
El comentario de Gloria, que vive en Rosario, Agentina, a cuchicientas mil millas náuticas de Salinas, debe decirte, amigo Edwin, que tu gato aprendió a ladrar y lo hizo de forma convincente.
En otras palabras, has transformado una cosa anecdótica en literatura universal que puede leerse, con similar gusto, tanto en El Malecón, como en la Cuchinchina.
Parece fácil hacerlo, pero no lo es porque cuando escribimos anécdotas nos dejamos llevar por lo anecdótico que nos olvidamos que más allá de nuestro círculo de amigos conocedores de los personajes de nuestra historia y los lugares comunes en que la empotramos, existen otros lectores que desconocen eso para los que debemos procurar cabida en nuestros relatos.
El giro que le diste a Pantera lo llevó a Rosario y Gloria, sin conocerlo, lo reconoció.
Te felicito amigo Edwin y atesora lo dicho por Gloria para que lo recuerdes cada vez que te de por escribir anécdotas.
Un abrazo.
Josué
Bravo Edwin, una hermosura de relato, si el efecto del licor llegó hasta Argentina, a pesar de lo macabro del asunto tu ingenio me hizo reir, claro confieso que no tengo botellón a mano y que no tengo miedo de los muertos porque aunque revivan son de fiar. Los vivos son los que me asustan porque casi siempre se pasan de vivos.
El ambiente caribeño le dio a tu cuento un aire festivo que es para celebrar. Las resurrecciones están bien ubicadas y los personajes delineados con fino pincel.
Aplausos desde Buenos Aires.
Gloria