Cubierta de flores silvestres sobre la grama humedecida por el rocío. El cabello cubierto de hojas secas, rizos rebeldes tejidos con hierbas. Los brazos abiertos en abandono total, como quien se entrega sin reservas, con la mirada perdida en un plano superior al éxtasis. El pecho nacarado refleja tonos diferentes según la luz descubre los suaves contornos del cuerpo desnudo.

Alrededor, mariposas alegres se detienen a robar el néctar de las miramelindas. Al soplo de la brisa, se esparcen como pinceladas de color tratando de posarse en alguna musa.

Los pequeños pies asoman al camino como alas blancas de paloma.

En la rama del árbol cercano, una golondrina hace nido, mientras los buitres comienzan a rondar el cuerpo a la luz del alba. La orden de protección ensangrentada, juguete del perro realengo que pasaba.

La alondra que alegre cantaba de un disparo fue acallada.

© Marinín Torregrosa Sánchez