Cuando en Salinas no hubo más zafra, aquel hombre recorría las calles del pueblo  buscando la manera de ganarse el sustento.   Y no faltó el títere que le pusiera un mote y cruelmente se burlara de él para entretenimiento de algunos y la desidia de otros.

Decidió re-inventarse cuando no pudo con la fiera competencia que había para los trabajos ínfimos y temporeros.  Entonces le dio lustre a sus botas de riego,  adornó las hombreras de su vieja camisa con unos  botones de un partido político y prendió una  placa de juguete en su bolsillo. Se puso una gorra como las que usaba MacArthur  y a no ser por su poca talla y la barba nazarena cogió un aspecto policial.

Con su pito plástico jalda arriba fue cantando rumbo a la funeraria.

Todos en la esquina quedaron sorprendidos, y algunos  se indignaron al verlo llegar soplando el pito y dirigiendo el tráfico.

Sintió serenidad cuando llegó el cortejo fúnebre y un armonioso himno ahogó para siempre  las aburridas burlas.

Feliz, y con el mayor esmero, ejecutó su labor hasta que llegó al campo santo.

Roberto López