El buen pastor estaba cansado, pero aún le quedaba una de sus ovejas perdida. Esperó largas horas bajo el candente sol. Sus ojos casi se secaron de tanto mirar el horizonte. Hasta que un día apareció sucia herida y maltrecha…
Soltó el cayado, corrió hacia ella, abrió sus brazos y con ternura le dijo:
—Aquí estaré para ti. Cuando otros te den la espalda, abriré mi pecho para guardarte en él. En la penumbra del fracaso encenderé la luz con una palmada en tu hombro para que veas el camino a seguir, y si te caes, mi brazo fuerte te impulsará a volar.
Hoy el pastor y la oveja recorren los valles juntos, guiados por el amor.
©Marinín Torregrosa Sánchez