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La memoria rota es el título de un libro escrito por Arcadio Díaz Quiñones. En ese libro el autor afirma que en el discurso oficial que generan los gobiernos existe una forma de exponer y ocultar los hechos históricos. Una manera de propiciar el olvido para lograr una memoria colectiva silenciada de diversas formas. Silenciada para provocar un recuerdo fragmentado y mediatizado de los sucesos del pasado. Ese discurso oficial conduce inexorablemente a la falta de memoria histórica. Aún en su forma más escueta, la de pasar por alto un día de fiesta oficial en conmemoración de algún hecho o personaje histórico, por aquello de no adentrarnos en los ocultamientos de la verdad que expone Díaz Quiñones.
Para un poco subsanar el olvido, en ocasión de celebrarse mañana el Aniversario de la Fundación del Municipio de Salinas, Encuentro Al Sur presenta, para deleite de todos los hijos de la comarca del Abeyno, un poema dedicado a Salinas escrito en la década de 1940. En estos versos de Toñito Ferrer se describen con exquisito ritmo poético el paisaje y la cotidianidad del Salinas de mediado del siglo 20. Cada estrofa es un canto de orgullo patrio y de amor pueblerino. Sin duda, este poema es un texto clásico de la literatura regional puertorriqueña propicio para conmemorar mañana, 22 de julio, la fundación del Municipio de Salinas.
Imagino que, al igual que yo lo tuve, cada uno de ustedes tuvo una persona que directa o indirectamente los indujo al mundo de las letras o a cualquier otra actividad positiva de lo que uno y otros puedan decir “Tengo en ello contentamiento”. Una persona real, concreta y no abstracta. Un amigo con quien se comparten las verdes y las maduras.
A los que, como yo, lo tuvieron, sería bueno recordarlo y compartirlo con el grupo y a los que no tuvieron ese Norte, ese rayo de sol mañanero, quizá al leer las remembranzas de los otros que, como yo, tuvimos la dicha de contar con ese amigo, les haga buscar uno para que luego no les cuenten.
El mío, mi mentor, fue un hombre desacreditado por su ideario político y filosófico, por su afición al ron y por su lengua ligera, audaz y mordaz.
Un hombre que vivió como le dio la gana. Soberbio a más no poder y bebedor consuetudinario. Por eso me hizo pagar, hasta que yo le hice más falta a él que la que él empezó a hacerme a mí, una botellita (una caneca) de ron Palo Viejo Blanco para ganarme el derecho de disfrutar de sus charlas en aquel balcón de su residencia, en los altos de La Españolita, un restaurante de gente buena durante los días y un bar de putas en las noches.
Vivía con su madre y una tía, ambas rondando los 100 años, que no dejaron de llamarme Juan, aunque me cansé de decirles que me llamaba Josué, Josué, ¡JOSUE! Me faltó el ¡Coño!, pero lo pensé.
Mi interés por la poesía tenía más que ver con “los peces y los panes”, entonces, que con las cosas que mueven a los poetas de verdad.
Gracias a Toñito (olvidaba decirles que se llamaba Antonio Ferrer Atilano (FERRANTO) y que todos, como si le conocieran de toda la vida, le decían Toñito) aprendí que para llegar a la gloria hay pasar por el infierno. Yo sigo purgando penas en las calderas.
Este poema de Toñito, Yo soy de allí, le ganó un cariño pasajero y el amor eterno de su pueblo. Mi pueblo: Salinas, Puerto Rico.