Por Edwin Ferrer

Una mujer preñada y sin dientes que se chupaba la semilla de un mango aseguró que había muerto de combustión espontánea. Un policía con los ojos rojizos y la correa escondida bajo el ombligo andaba buscando testigos. La calle estaba repleta de gente anonadada.

—Creo que el carro de Ciclón tenía sangre en el parachoques. —testificó un billetero.

—A él  le daban mareos por la sarna. —musitó el vecino.

—A mí que no me pregunten, aunque creo que fue de SIDA. —dijo su mejor amigo.

—! Ah! Eso fue que le echaron bolas. Por eso explotó. —aseguró el fiscal.

Cuando lo voltearon tenía en su muslo izquierdo una aguja con la ampolleta llena de heroína. Entonces todos comenzaron a murmurar.

—Tan bueno que era, aunque se robaba las salchichas de la alacena.

— Me mató una gallina, pero era mansito.

Un escritor que repartía cuentos arrojó los papeles en una zanja y dijo:

—Hay que acabar con el abuso contra los animales.

Luego montaron a Rebelde en la perrera y se lo llevaron al cementerio de mascotas.

© Edwin Ferrer