Por Edwin Ferrer
Una mujer preñada y sin dientes que se chupaba la semilla de un mango aseguró que
había muerto de combustión espontánea. Un policía con los ojos rojizos y la correa escondida bajo el ombligo andaba buscando testigos. La calle estaba repleta de gente anonadada.
—Creo que el carro de Ciclón tenía sangre en el parachoques. —testificó un billetero.
—A él le daban mareos por la sarna. —musitó el vecino.
—A mí que no me pregunten, aunque creo que fue de SIDA. —dijo su mejor amigo.
—! Ah! Eso fue que le echaron bolas. Por eso explotó. —aseguró el fiscal.
Cuando lo voltearon tenía en su muslo izquierdo una aguja con la ampolleta llena de heroína. Entonces todos comenzaron a murmurar.
—Tan bueno que era, aunque se robaba las salchichas de la alacena.
— Me mató una gallina, pero era mansito.
Un escritor que repartía cuentos arrojó los papeles en una zanja y dijo:
—Hay que acabar con el abuso contra los animales.
Luego montaron a Rebelde en la perrera y se lo llevaron al cementerio de mascotas.
© Edwin Ferrer
Me parece muy bien logrado el relato. Un cuento con antecedentes anecdóticos, pero salpicado de elementos literarios que lo apartan de la anécdota. Sabemos que la acción se centra en Salinas, pero muy bien puede leerse en Chile, por ejemplo, lo que convierte en universal. Me gusta mucho el hecho de que estas metiendolo con más aplomo y seguridad al micro de la manbera como debe de escribirse el microrrelato. Enhorabuena amigo, muy bueno.
Muy bueno Edwin. Me traes recuerdos de la niñez y de un perro callejero de igual nombre que era muy querido y protegía con fiereza a todos los niños del barrio. Vivió por muchos años y aunque fue un semental empedernido, siempre estuvo enamorado de una perrita blanca que llamaban Laika, en honor al primer ser vivo en el espacio. Laika la cosmonauta, sufrió un maltrato infame y murió de puro pánico en un cohete espacial.