Capítulo Dos — Béisbol
En el verano de 1969, jugábamos Béisbol en un parque cercano a la alcaldía del pueblo. Se acercaba el final del verano y nuestra temporada de béisbol.
Era el último juego de la temporada y Pellito el pecoso, necesitaba un jonrón para igualar la marca de 61 que tenía Rafle. En ese partido, Yo patrullaba el bosque izquierdo, allá por una esquina de la plaza.
Cuando le tocó el turno a Pellito, me fui a un jardín de amapolas a esperar el batazo. Los batazos de Pellito eran descomunales y Rafle sospechaba que al funche del pecoso le echaban geritol, un anabólico de aquellos tiempos, que tenía un efecto secundario; pues te salían pecas hasta en los codos.
Raulito estaba en el montículo, y en la cósmica soledad que sufren los lanzadores, por razones desconocidas decidió venderle la bola a Pellito. Hizo el lanzamiento por el medio del plato y a la altura de la cintura. El estacazo se oyó en Cayey. Y la pelota cogiendo altura y perdiendo las costuras desafiaba la fuerza de gravedad. Corrí detrás de la bola brincando los jardines de la plaza hasta que caí de cabeza en una fuente de agua.
Los monaguillos echaron al lado La Sagrada Escritura y desde el balcón de la casa parroquial, con un sarcasmo abrumador me preguntaron — “¿Te sobo?”–. Me levanté empapado y seguí corriendo como pollo sin cabeza.
La pelota deshilándose en el cielo parecía una mariposa en vuelo y finalmente se enredó en las ramas de un frondoso árbol. Yo la esperaba con el guante en forma de canasta, así como Roberto Clemente. Entonces unos piojillos invadieron mis ojos y quedé ciego. La bola cayó y rodó por la acera hasta llegar a los pies de ella.
El ardor en mis ojos me rindió y quedé de rodillas como un rudo luchador cuando pide cacao y con la autoestima más baja que el pulso de un muerto.
–¿Qué tal Roberto? –así me dijo una bella voz de mujer.
Le dije –“!Ayúdeme que estoy ciego!”–
Entonces, ella dejó escapar su dulce aliento, el cual quise robar, y sopló suavemente en mis ojos. Con el calor de sus tibias manos me secó la ropa y en un consagrado momento me devolvió la visión.
Era Mariana, la joven más hermosa del universo, flor divina que brotó en el verano, y si linda era por fuera, más linda era por dentro.
Me pidió que la acompañara y la tomara de la mano porque Kirindongo, un hippie de la época de acuario, la estaba acechando.
Y allí, en un banco de la plaza nos quedamos sentados, frente al club San Juan escuchando la música de los talentosos Rolling Stones de La Playita.
Mientras tanto, al otro lado de la plaza, persuadido por una furiosa protesta de Rafle, mi amigo Josie, en su librito de estadísticas, le puso un enorme asterisco al nuevo record de Pellito.
Y así se escribió el récord para sellar esta historia:
Pello Pecas, Jonrón #61, *** (chiflado por la hermosa Mariana, Roberto dejó caer la pelota).***
© Roberto López
Ilustración: “A boy and a girl sitting side by side” por MathieuB