Tengo un gato masoquista y una perra  abusadora. Ella lo vio nacer,  de la barriga de su madre lo secuestra. Acostada sobre  la hierba, le deposita cerca de su vientre infértil. Lo crió como si su hijo fuera. El, la adiestró en el arte de cazar lagartos, gallinas de palo, o cuanta sabandija encuentra, que el,  gustosamente devora. Cuando ella quiere jugar, se escucha el lamentable quejido del pobre infeliz felino, quien lleva en su cuello las marcas de los colmillos de esa canina malvada. A las gatas que se acercan, ella las echa fuera. Pero a la hora de dormir la busca, necesita el calor de la  infame. Los observo y concluyo que en esta relación amorosa turbulenta, es mejor que nadie intervenga.
 
©María del Carmen Guzmán