A Madeline Rosario

A Fernando Rosario, en su época grande de baladista, lo llamaban Mojica, porque solía imitar, muy bien, al afamado tenor y actor mexicano.

Luego Fernando tuvo una experiencia personal con Dios y ya jamás volvió a interpretar aquellas baladas que le dieron a conocer, aunque siempre mantuvo una muy selecta discoteca en su hogar, donde figuraban intérpretes como José Mojica y Carlos Gardel (ambos ídolos de su juventud), Pedro Vargas y Jorge Negrete, entre otros grandes de la canción romántica de ayer y de siempre.

Aunque fue hombre de muchos talentos y matices, la mayoría de los salinenses recordamos, casi con carácter exclusivo, al predicador radial (nuestro primer evangelista radial) que mantuvo un programa ininterrumpidamente por más años de lo que uno alcanza a recordar.

Conocemos también al hombre que con unas jeringuillas, y por 50 centavos el pullazo, visitaba hogares para inyectarle la insulina a los diabéticos o la penicilina recetada por el Dr. Cardona, quien parecía tener acciones en la compañía productora del famoso antibiótico.

En su programa dominical por radio WHOY cantaba himnos, declamaba poemas, algunos de los cuales eran de su autoría, y en los sepelios despedía duelos e interpretaba las melodías cristianas favoritas de los difuntos.

Éramos vecinos en Extensión La Carmen (Villa Estaca), donde en ocasiones, de tardecita, me sentaba en las escaleras de su balcón a hablar de música con él o simplemente a tomar el cafecito que nos preparaba doña Carmen, su esposa, y escuchar, sin cansancio, los tangos y baladas que a ambos nos gustaban tanto.

Todavía tengo un viejo elepé, uno de aquellos discos de larga duración hechos de acetato que hoy son piezas de coleccionistas. Es lo único que conservo de él y una de las pocas pertenencias que traje conmigo cuando salí de Salinas aquel 11 de septiembre de 1981.

También me traje su recuerdo y la sonrisa, siempre a flor de piel, de su amantísima esposa: doña Carmen (QEPD).

El ser humano está hecho de carne y huesos por lo que, con el paso inexorable de los años, envejece y muere. Pero una vez el cuerpo ya no puede retener la vida, aquel que vivió en el se transforma en materia espiritual y si se le recuerda, como ahora hacemos con Fernando Rosario, entonces, vivirá eternamente.

Un aplauso de pie, con sonido de pitos y matracas, a la memortia de Fernando y doña Carmen por haber existido.

© Josué Santiago de la Cruz