El “Juicio” y la muerte son dos de los sucesos de la vida de Jesús de Nazaret que con mayor detalle se relatan en el Nuevo Testamento. Los autores no dudan en relatarnos el proceso expedito e ilegal realizado por el Sanedrín, que culminó en la aplicación injusta de la pena de muerte a Jesús, el hijo de María.  El lector, sin mayores tropiezos, puede deducir de esos relatos bíblicos las causas históricas de la muerte de este monumental personaje.

Según Jon Sobrino (1991), se puede estar a favor o en contra de la afirmación de que Jesús de Nazaret fue un revolucionario. Lo que está fuera de toda discusión, es que Jesús fue perseguido porque sus expresiones y sus acciones constituyeron una amenaza para el poder religioso y político de su tiempo.  Las ideas y la prédica de Jesús suponía un desafío a los poderes constituidos, y dicho desafío fue razón suficiente para eliminarlo del panorama público de la Palestina, entonces bajo el dominio de Roma y de gobernantes israelitas. 

La ejecución no fue porque Jesús de Nazaret fuera un sicario, un pandillero o un contrabandista. Su ajusticiamiento está vinculado a la intolerancia y a la persecución que ejercen contra los que luchan contra regímenes políticos totalitarios o imperiales, ya sean dictatoriales o revestidos de democráticos. Desde el punto de vista estrictamente histórico, la muerte de Jesús fue resultado de un complot político.  Es decir, un asesinato político motivado por su radical postura a favor de los oprimidos y los pobres y en contra de los jerarcas religiosos y políticos de Israel y del Imperio Romano. Esa causa fue posteriormente negada y matizada por los movimientos cristianos institucionalizados por el propio Imperio Romano, temprano en la historia del Cristianismo.  Desde entonces, se ocultó la vida de Jesús el hombre, y todas sus ideas fueron teologizadas hasta ocultar su mensaje radical.  Así se creó la divergencia entre los que creen que Jesús murió por nuestros pecados y los que piensa que su muerte fue por razón de sus denuncias públicas y por motivos meramente políticos.

Jesús de Nazaret ciertamente murió por los pecados sociales, que desde tiempos inmemoriales, parecen dictar irremediablemente que nuestra especie es incapaz de crear sociedades justas y de vivir en paz.

Sobre este tema fascinante, el teólogo Juan José Tamayo escribió recientemente el texto Jesús de Nazaret, indignado. Por eso lo mataron, tal vez escrito para los que no tienen miedo de fortalecer su fe.