Por supuesto, un día nos iremos. Es lo natural. En cuanto a mi respecta, payaso en el circo de tres pistas de esta vida, no me iré del todo pues los payasos, cuando son auténticos, no mueren, no se retiran permanentemente. Sencillamente, al caer el telón, hacen mutis. Es lo que haré. Recogeré mis zapatones, mi peluca, mi nariz de goma roja, los pondré en el morral y saludando con la mano daré la espalda y echaré a caminar.
Ese día está dispuesto por Dios. No sé cuándo será, que, en fin, ni lo busco ni lo rechazo. Tampoco lo temo. Sé que tras bambalinas está el escenario mayor. En éste, en el que ahora habito, he cumplido con la función de buen payaso; ya caminé sobre la cuerda floja, ya fui malabarista, ya tropecé y caí no sé cuántas veces, ya recibí manotazos en la cara… en fin, ya hice reír a todos. Escuché los aplausos pero también la burla. Y todo esto duró hasta que la carpa quedaba vacía, hasta que se alejaba el último espectador. O hasta limpiar el maquillaje y la soledad me abrazaba sin decir cosa alguna: sin elogios y sin censuras. Por eso siempre amé mi soledad. Aunque a veces, antes de despojarme de mis máscaras, me miraba al espejo y me preguntaba: ¿quién soy?
Yo no lo sabía. Pero Dios lo sabía.
Cuando caía en la pista, yo no sabía si tendría la fuerza para ponerme de pie. Pero Dios me tomaba de la mano y me levantaba. Y aquellas lágrimas eran lágrimas de amor a mi Señor. Pero el público aplaudía y reía hasta el delirio, porque no lo sabían. En fin… ese era mi trabajo, esa era mi función y –gracias, Dios mío- creo haber cumplido con la tarea asignada.
Del otro lado de la cortina me esperas Tú. El escenario es más grande y está lleno de luz. Ahora solamente estoy listo para cuando sea tu voluntad llamarme.
Sólo entonces haré mutis.
José Manuel Solá
Sábado 11 de agosto de 2012
11:00 a. m.
Querido José, me encanta esta narración que atrae al público cuando el público es el Dios interno que hace rato aplaude tu obra.
cariños
Susana Roberts
Al término de sus funciones evangelizadoras, que fue casi la totalidad de su vida, el Apóstol Pablo, imagino, miraría a Saulo, que a sus espaldas vivió moribundo, y le dijo: “Bueno, Saulo, yo no sé tú, pero lo que soy yo, hasta aquí me trajo Su Gracia.” Imagino, también, que fue entonces cuando, finalmente, expiró Saulo, para permitirle a Pablo decir aquellas últimas palabras suyas, muy simbólicamente parecidas a las del payaso de su reflexión, de su predicación, de su testimonio: “He librado la buena batalla y he conservado la fe.”
Muy bueno su texto. MUY inspiracional. JSC
Gracias, María del Carmen Guzmán, por sus palabras…
Tuve que leerlo varias veces y volvere a leerlo varias veces mas. Una obra maestra! Gracias.