Con el pasar del tiempo el rostro de Lalán Gutiérrez estaba surcado por profundas arrugas. Era una mujer alta de pelo blanco y tez color indio taíno. Su nariz era grande y un poco encorvada hacia abajo. Siempre vestía de traje blanco que le llegaba hasta los tobillos.
Doña Lalán vivía en la calle que cruzaba por detrás de la Iglesia. Su casa, que hacía esquina con la calle que moría en el río, se elevada unos cinco pies sobre el nivel de la acera para escapar de las inundaciones. La fachada de dos aguas tenía una celosía en su centro para darle ventilación al plafón. Por los huecos entre los listones, al atardecer y antes de que saliera el sol, entraban y salían los murciélagos a su antojo.
A la casa se subía por una escalera que dividía el balcón en dos secciones iguales. La puerta de entrada daba directamente a la esquina de la acera. Dos ventanas a cada lado de la puerta adornadas con cuervos de aspecto siniestro le imprimían un tono sombrio.
Se decía que doña Lalán, que no tenía hijos, nació viuda.
Lalán era creyente del espiritismo y en su propia casa celebraba los enigmáticos ritual y convocaba los espíritus. A pesar de las advertencias del cura del pueblo, a ella acudían personas de todas las clases sociales, profesiones y oficios en busca de remedios espirituales.
Curaba el mal de ojo, santiguaba y preparaba y deshacía hechizos. Sus pócimas yerbateras, que curaban todo tipo de enfermedades, eran famosas en toda la comarca y allende los límites del pueblo. Las mujeres acudían a su consulta para amansar a sus esposos y los esposos para alejarlas de las chismosas.
Doña Lalán murió una noche de luna nueva, oscura y sin estrellas. El cielo se llenó de relámpagos, que aparentaban caer sobre su casa. Truenos ensordecedores se escuchaban por doquier. Muchos en el pueblo dijeron que oían aullidos y quejas de almas en pena lamentando la muerte de doña Lalán. Decían que eran las almas que la espiritista invocaba en sus trances adivinatorios. Todos se encerraron en sus casas por temor a ser poseídos por esos espíritus.
Un pariente de Lalan ordenó que la cremaran y sus cenizas fueran esparcidas por todo el cementerio municipal.
Al mes de su muerte, en una noche de luna nueva y oscuridad tenebrosa, el guardián del cementerio vio como emergían cientos de fuegos fatuos en todo el campo santo. Luego escuchó un zumbido como de viento huracanado que le hería los oídos. Vio surgir un remolino que levantaba el polvo del cementerio. Corrió como un loco y al cruzar el puente sobre el río, cayó al cauce seco, sufriendo fracturas múltiples y hematomas en todo su cuerpo. Milagrosamente no murió en el trance y así pudo contar lo sucedido.
Desde entonces, se dice que cada mes, durante las noches lúgubres de luna nueva, en la oscuridad del cementerio surgen cientos de fuegos fatuos y un remolino aterrador eleva a los aires las cenizas de doña Lalán mientras decenas de espíritus venidos del más allá intentan reunir su alma dispersa por el camposanto para que pueda reencarnar.
Edelmiro J. Rodríguez Sosa
13 de agosto de 2012.
Dónde es esto en salinas quisiera saber gracias
Interesante relato, que describe muy minuciosamente las creencias de algunos y que muchas veces contagian a una comunidad entera. Muy bien logrados los efectos de misterio. ¡Aplausos!, Edelmiro.
Genial, alucinante! ‘piel color indio taino’ Que carajos será eso. ¿No basta la infinidad de colores en el espectro para escoger alguno?
Uyyy, Licenciado! lo ha descrito tan real que parece que lo estoy viviendo – uy, esta noche no voy a poder dormir – YIKES!