Salí a caminar elegantemente vestida por la avenida una noche de luna llena. Había decidido visitar un restaurante suntuoso y darme el lujo de comer como millonaria. Le pedí al mozo langosta rellena de marisco con tostones y una cerveza fría.

Nunca sospeche que mientras comía me acechaban.  Estaba concentrada en la deliciosa comida cuando un desconocido se acercó a la mesa y preguntó mi nombre, a lo cual conteste cortésmente.   Con elegancia y cortesía pidió que le permitiera acompañarme, a lo cual no me negué. Mientras conversaba con mucha gentileza y risas, me dice “¿te gusta comer bien?” Siempre que puedo me doy este lujo. Estuvimos hablando por varias horas y al despedirnos dejó su número telefónico con el deseo de volverme a ver.

No imaginaba que aquel  hombre me seguía día tras día. Una noche enzorrada de la soledad opte por llamarlo.  Me invitó y salimos a bailar. Su cordialidad y atenciones me convencieron de seguir la amistad hasta que nos hicimos novio. Nunca me dio un motivo por el cual discutir y todo iba bien.  El tenía un cuarto rentado y yo una casa cómoda. Decidimos que se mudara a mi casa.  Trabajaba y me ayudaba pero empezó con misterios. Llegaba tarde y decía que trabajaba tiempo extra.  Nunca pensé que un día él llegaría violento tras una noche de tragos, o quizás de drogas.

maltrato contra las m ujeresEl hombre que conocí se convirtió en un monstro.  Llegó un momento que tras no ceder a sus reclamos de dinero se me tiró encima golpeándome y agrediendome verbalmente.  No podía cree que el hombre que conocí aquella noche de luna llena fuera un lobo disfrazado de oveja.  Decidí llamar a la policía e informar lo sucedido.   Cuando di su nombre y apellido el policía que tomaba la querella me dijo,  “señora usted tiene que darle gracias a Dios por tener vida en este día”.  Temblorosa le pregunte por qué me decía eso.   Porque este hombre es un fugitivo que se dedica a conquistar mujeres para quitarle el dinero y abusar de ella y usted es la única viva… 

¿Qué…? Dios mío de la que me libre.

 

© Nélida Torres