Siempre que preguntaban por él, todos los índices apuntaban hacia los velorios.

Vestido de traje marrón y una corbata ancha repartía esquelas, acomodaba coronas de flores y sin ningún interés servía de vez en cuando el palito de ron.

Un miércoles lluvioso me sorprendió ver a Chago, Félix Guapo, Calambre y a Charango empujar un féretro de peluche.

El resto de la población se dio cuenta siete años después de que murió porque lo extrañaron en el sepelio del alcalde.

©Edwin Ferrer