por José Manuel Solá    

pensarUn día yo me iré (obviamente, como todos). De ese día no tengo la contraseña ni la fecha ni la hora. Pero en algo estoy sumamente claro: sucederá, lo quiera yo o no. No soy dueño del tiempo ni creo en el destino. De hecho, ya no sé en qué creo o siquiera si creo. A estas alturas de mi vida elijo no creer en nada, en nadie, en porqués o por cuantos.

Pero sí creo en algunas cosas que, de todas maneras, no determinan mi vida aunque de vez en cuando determinen el rumbo de algunos de mis asuntos. Ea, ¡que dije algunos! Por ejemplo, creo en la maldad del ser humano, que hasta el “mejor” de todos puede ser traicionero y malvado. Naturalmente, no me estoy santificando, así que no me excluyo.

Creo que el hombre que se define como inteligente (porque así lo cree sinceramente, porque se lo hicieron creer o porque entiende que tiene que proclamar públicamente su alegada inteligencia para brillar o sobresalir sobre el común desde su humana y opaca mediocridad) usualmente pertenece a la más bruta de todas las especies que pueblan el planeta. Y de esa actitud algo megalomaníaca, es que surgen todos los conflictos: los que lo llevan por la vida y los conflictos que le crean a otros. Y de ahí nacen las guerras, las difamaciones. Y se vuelven taimados y traicioneros. Pero, bueno… nadie es santo, ¿no?

Creo en el fuego que igualmente purifica o mata. Que ilumina o consume. Que existe, como un dios, desde antes del Big Bang. Creo en el agua, que igualmente calma la sed que puede acabar con un incendio; creo en el agua que, igual que otro dios, está en todas las cosas y que de la misma manera que puede servir en un rito bautismal, puede arrasar con toda una aldea y cuanto en ella existe.

Creo en la tierra sobre la que hoy camino y que un día cubrirá mi cuerpo, las cosas que yo deje al partir. La tierra que florecerá sobre mis huesos, mis despojos y aún sobre mis sueños infinitos y sobre la que otros andarán creyéndose felices.

Y quiero creer en la libertad. Pero, al igual que el dios de mis padres, es algo que no he visto en lugar alguno, mucho menos en mi propia vida. Ergo, solamente digo que “quiero” creer. Pero, “desde que el hombre es hombre”, sea mediante el llamado “contrato social” o de muchas otras maneras, los homínidos hemos dejado la responsabilidad de nuestra libertad en manos ajenas. Por eso no lo somos.

Y creo en el silencio. Nada más.