Me llegan unas fotos que muestran las mejoras hechas al Paseo Lilliam Marrero Ledesma, localizado en la intersección de la carretera número 3 y la Avenida Pedro Albizu Campos. La estructura estaba abandonada desde hace algunos años.

Paseo LML remozado en jul. 2014 2

Aunque el ornato público es responsabilidad de todos, ministerialmente le corresponde al gobierno municipal. El municipio es el organismo encargado de implantar las políticas de limpieza, embellecimiento y ornato de una ciudad.  Estas suponen prevención y atención continua. Cuando esas funciones fallan, muchas estructuras públicas, como en este caso, se deterioran y contrario a su propósito original terminan afeando el paisaje o se convierten en focos de problemas sociales.

Afortunadamente, la presente administración municipal parece tener una visión integral de la gestión pública y de las políticas de desarrollo.  No se puede fomentar el turismo gastronómico sin atender la infraestructura y el paisaje a lo largo de dicha ruta.

No se trata de lujos, se trata de diseños y ornatos que proyecten un paisaje agradable, típico y limpio. Se trata de establecimientos orientados a darle al turista un producto de calidad y una atención personal que lo capture y lo motive a volver. Se trata de atesorar el prestigio ganado y de añadir otros valores.

Organizando a la comunidad y a los comerciantes sobre su papel en el crecimiento y mejoramiento del destino turístico, se cuida la gallina de los huevos de oro. Profesionalizando la administración para planificar y evaluar la ejecución con visión crítica se llega a los resultados deseados. Identificando limitaciones y fortalezas y conociendo los retos se pueden hacer realidad las oportunidades.

Un ejemplo sencillo: la salsa que conocemos como mojo isleño, que están produciendo nuestros mesones gastronómicos, ¿está a la altura de la calidad y sabor tradicional ladiseña, o la superan? De lo contrario, se estaría lacerando el prestigio ganado y empobreciendo nuestra competitividad como destino turístico gastronómico.

Paseo LML remozado en jul. 2014 4

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El Paseo Lilliam Marrero Ledesma es uno de los paisajes de la ruta gastronómica. Los salinenses de hoy deben conocer quién fue esa jayuyana nacida en 1912 que llegó a Salinas por motivos matrimoniales. Deben saber que aquí, se convirtió, sin haber estudiado la materia formalmente, en una excelente relacionista pública del gobierno municipal, lo que le mereció el título de “La Dama Protocolar”. Pero sobre todo, conocer su vocación de servicio y su prédica constante a favor de exaltar los valores en la gente.

Con ese propósito les incluyo fragmentos de un excelente escrito sobre Doña Lilliam del narrador, ensayista y poeta salinense Josué Santiago de la Cruz, considerando que en este texto encontraran causa suficiente para honrar la memoria de “La Dama Protocolar”

srs

Lilliam Marrero Ledesma 2

“Hay que aquilatar valores”

por Josué Santiago de la Cruz

Doña Lilliam Marrero Ledesma, nuestra Dama Protocolar, fue mujer de mucho colorido, tanto en el vestir como en su manera de encarar la vida pueblerina que le tocó vivir.

Para los que no lo saben, o para aquellos que ya lo han olvidado, doña Lilliam  nos llegó de Jayuya, vía don Guillermo Godreau Philemón, su marido.

Desde el momento que pisó suelo salinense se integró a la vida nuestra, como si fuera una de nosotros, y por sus ejecutorias se ganó la admiración, el respeto y el amor que en abundancia le dispensó la gente en Salinas.

Cuando disolvieron el vínculo matrimonial, don Guillermo, le dejó un bello hogar en la calle Palmer, un apellido de renombre y un cuadro de hijos a quienes habría ella de criar sola, porque nunca más contrajo matrimonio.

Después de sus hijos, el gran amor de su vida, la pasión que movía su espíritu inquieto, fue el servicio público, en donde llegó a ocupar posiciones de mucha envergadura en todas las administraciones populares de que tengo memoria.

Nuestra Dama Protocolar vestía trajes y faldas encampanadas de colores vivos y relucientes. No recuerdo haberla visto con ningún otro atuendo, por lo que infiero que su proverbial jovialidad no era pose, por el contrario, una característica de su espíritu de servicio y de ese positivismo que sus palabras, en todo momento, proyectaban.

Cuando a sus oídos llegaba el rumor de que alguien o alguna familia estaban en necesidad, era ella en persona quien acudía al rescate del necesitado. Visitaba enfermos y no se perdía velatorios y entierros, adonde llevaba siempre aquella palabra de consuelo que tanta serenidad traía a los sufridos.

Así fue doña Lilliam. Así vivió toda su vida en Salinas y así la recuerdan los que la conocieron. Además, fue mujer visionaria que sabía pulsar bien, muy bien, diría yo, las palpitaciones de su tiempo. Quizá sea eso último que acabo de señalar la razón y origen de su frase célebre: “Hay que aquilatar valores”.

No han transcurrido muchos años de su fallecimiento y ya nadie parece recordar sus muchos años de servicio honesto a la comunidad, sus grandes muestras de amor y sacrificio para con el pueblo que la acogió siendo ella apenas una jovencita. Pero su mensaje perenne, su consejo y su prédica (“Hay que aquilatar valores”) siguen vivos y latentes. No ha perdido actualidad, porque hoy, más que entonces, vemos en vivo y a todo color la urgencia de retomar aquello que nos legara ella para rescatar los valores que a diario nos arrebatan.

Me decía Esteban Pérez Bonilla, Mr. Pérez, cuando le entrevisté en 2001, que “antes no se educaba para el momento sino para la Historia”.

En otras palabras, el maestro, así interpreto yo el mensaje del ilustre educador hoy octogenario, en aquella época a que se refería él, tomaba su misión educadora con la misma seriedad con que un niño invierte en sus juegos infantiles.

Aquellos llamados valores universales, como los Mandamientos en las tablas del Viejo Testamento, les eran inculcados al educando con la misma inquebrantable urgencia con que se les enseñaba a leer, escribir, sumar, multiplicar, restar y dividir.

Era, entonces, una educación completa, por lo que doña Lilliam, al percatarse del paso corrosivo del tiempo sobre la enseñanza, comenzó a repetir la frase (“Hay que aquilatar valores”), con la esperanza de que alguien, algún día, recogiese el bastón para emprender la noble y no fácil tarea, como un nuevo Quijote, armado de valor y de vergüenza, de “desfallecer agravios y enderezar entuertos”, nuevamente.

Las calles de Salinas ya no llevan los nombres que de siempre tuvieron y para colmo de males ahora el tránsito vehicular, porque nuestros legisladores parecen carecer de ideas edificantes y muchas horas de ociosidad, ahora lo han convertido en un berenjenal que cuesta trabajo descifrar y mucho más encontrarle su carácter funcional.

Otra administración destruyó nuestra antigua Plaza Las Delicias, para levantar en su lugar una cosa que ni estética exhibe.

Casi ya no quedan lugares que podamos clasificar de históricos porque los alcaldes y sus legisladores, ¿será, acaso, porque son una especie de simios parlantes?, se han dado a la tarea de destruir todo lo que nos recuerde el pasado.

“Hay que aquilatar valores”, me parece escuchar la voz de doña Lilliam. Pero no creo que quienes tienen que escucharla, la escuchan. ¿O será que padecen de sus facultades auditivas?

Plaza/Museo de los Fundadores, en menos de 90 días, tendrá otro nombre y otro significado, por lo que la prédica de doña Lilliam tiene hoy más relevancia, más actualidad, que la que tuvo ayer o en cualquier otro instante en nuestro pasado.

Para terminar (solamente por hoy, porque mañana volvemos a la carga) voy a tomar prestadas unas palabras a mi compueblana, de Talas Viejas, como yo, Gisella Martínez, hija del inmortal “Cañamazo” y Gisella Rodríguez, porque ellas resumen la esencia de nuestro reclamo:

“¿Qué será lo próximo, prohibir la preparación y el consumo del Mojo Isleño? ¿No llamar más a Salinas “La Cuna del Mojo Isleño? Quien sabe y se les ocurra prohibir, escuchar y bailar la Plena Pa’ Salinas…”

¡Bravo, Gisella, bien dicho!

Vamos a organizarnos.

© Josué Santiago de la Cruz

Abril 8 de 2010