En los velorios de pueblo se escuchan las mejores historias de personajes pueblerinos ya idos. Las que reproducimos aquí, querido lector, son remembranzas de barberos.

Llevaban largo rato hablando de los barberos que hubo en el pueblo, hombres como don Tomás, don Frank y otros cuyos nombres ahora se me escapan.

— El barbero más rebelde que tuvo este pueblo fue Mare, dijo Pedro Juan, aportando su grano a la conversación.

¡Ja…, Mare! Rieron todos de muy buena gana.

Hubo un momentáneo silencio, cada uno sumido en su memoria rebuscando los recuerdos  con dicho barbero. Tras el silencio comenzó  la mejor historia barberil que haya escuchado.

Recuerdo que un día, se apresuró a decir uno de los tertuliantes, mientras esperaba que llegara mi turno, el cliente a quien recortaba le pidió:

—Arrégleme la barba, por favor—. A lo que Mare ripostó gruñón:

— ¡No le toco la cara a nadie!

Y cuando alguien llevaba un niño a recortar decía,

¡Aquí no me traigan niños, que yo no brego con niños!.

Deo puso la mano sobre su cabeza rapada como queriendo revivir su experiencia en la barbería de Mare.

—Un día, agarro mi cabeza con los cinco dedos de su mano, la volteó inclemente, primero hacia la izquierda y luego hacia la derecha. Pasó por mi cuello la vieja navaja de acero cuyo filo había desaparecido con los años deslizándola hacia arriba y luego hacia abajo. Cuando intenté enderezar mi cabeza, recibí un fuerte golpe en la misma acompañado de un: “¡Que no te muevas, te dije!” Que me dejó atontado.

—Cuando terminó el recorte, tomó alcohol y lo derramó sobre mi maltrecho cuello que estaba al rojo vivo. Me dejó ‘loco y sin idea— finalizó Deo entre risas y carcajadas que llenaron el ambiente y por unos instantes todos olvidamos la pena.

Pedro Juan retomó la historia de Mare diciendo:

—Salía del trabajo y aprovechaba para darme un recorte antes de regresar a casa. Al sentarme en la silla, tiró Mare la capa sobre mí y exclamó con aspereza:

—La gente viene sin bañarse y apestosos a sudor. ¡Luego quieren que uno haga Milagros!

Las horas trascurrían reviviendo el pasado.

Así son los velatorios de la gente del pueblo.

©María del Carmen Guzmán