Tendría yo veinte o veinticinco años y eso es ser bien joven, cuando descarté de mi
corazón los sentimientos de odio. Gracias a Dios, descubrí no tan sólo que
podía vivir sin odiar sino que además podía hasta bendecir a quienes mostraban
odios, rencores y agendas de infamia sobre mi persona y a mis espaldas, agendas
de las que más temprano que tarde, siempre me enteraba.Algunos me preguntaban (y aún lo hacen) por qué yo no me defendía, por qué
no me rebelaba contra esas cosas o por qué no contestaba el ataque con mi ataque.
Pero no es por cobardía y mucho menos por aquello de que “…el que calla, otorga…”
No. El que contraataca es el que legitima la canallada que se urde a sus espaldas.
Al menos, así pienso yo desde entonces. Mi padre tenía razón.Obviamente, si alguno (de aquellos) viene a mi y me confronta, trata de herirme (y dije
“trata”), si intenta adscribirme una infamia y lo hace frente a mi, en mi cara y a la luz
del sol, responderé con la verdad. No tengo que hacer más ni necesito hacer más.
Y que cada cual crea lo que quiera creer… y haga lo que crea que debe hacer.
A fin de cuentas, si alguien escuchó alguna miseria sobre mi persona y la creyó, debe
ser por dos razones: no era mi amigo y nunca me conoció pues de otra manera (aunque
afirme que me conoce) hubiese rechazado el infundio.Más aún: a través de mi ya larga vida, yo he recibido golpes de esa naturaleza a mis
espaldas y más temprano que tarde siempre me enteré de su origen, de dónde provenían.
No obstante, muchas de aquellas personas se cruzaron en mi camino y me saludaron de
lejos y yo, aún sabiendo la verdad, me salí de mi camino para ir a su encuentro y darles
la mano. Siempre con sinceridad, sin recriminaciones ni rencor. Y como dije: eso no significa
cobardía y mucho menos que le otorgue validez a la infamia. Eso significa que estoy en
paz y camino con la verdad.¿Que soy imperfecto? Claro que lo soy. El único perfecto es Dios. ¿Cometo errores?
Ufff… ¡demasiados!Son 71 años de vida. Creo que he vivido una vida útil. Si en el trayecto he tropezado y
he caído, gracias a Dios he sabido levantarme. Y siempre me ha servido de aprendizaje.Pero, a lo que iba: ¿odiar? No odio personas, Dios me libre de ello. Reflexionaba en eso
esta mañana y pienso que, sí, puedo odiar, pero no a ningún ser humano. Odio la injusticia,
odio la mentira, los abusos, el crimen, las tiranías (todas, porque ninguna tiranía es buena,
ninguna). Odio el racismo, el discrimen, las persecuciones. Y la mentira. Pero eso no
me obliga a odiar a hombre alguno.Amo el sabor del perdón que como un agua fresca hace de mi corazón una primavera.
Me hace hombre nuevo.José Manuel.
jueves 3 de septiembre de 2015
Te felicito. me identifico con tu postura. Al final del camino el odio no sirve para nada y siempre conduce a la guerra. La paz de Dios es perdón. Cariños desde Buenos Aires.