Parpadeando
A Lissette Rolón y Marta Aponte. Gracias por escribir y por pensar.
Quisiera escribir algo sobre el CILE, el Congreso Internacional de la Lengua Española, que se celebró en Puerto Rico esta semana que termina. Quisiera hablar de los bloopers–los nuestros y los de la visita. Entre los nuestros, el más serio parecería ser ese de escribir “Majestad” con “g” de ganas en lugar de jota de joder. Luego está el escándalo provocado por el vestido de la primera dama de Puerto Rico, que al parecer estaba demasiado ajustado y colorido para los gustos populares y fashion.
Quisiera ondear ese vestido colorido y apretao al viento, como una bandera de orgullosa cafrería, y decir que así somos, coloridos y prestos al abrazo, al apretón. Sospecho que esa no era la intención de la que llevaba el traje y se ganó la crítica. Pero igual me identifico más con ese cuerpo sinuoso y caribeño que se exhibe que con el cuerpo europeo que nos visita y que se oculta casi al punto de desaparecer.
Quisiera enfocarme ahora en los bloopers de la visita, que son en todo caso más serios que los de los anfitriones. Estos españoles ilustres que inauguraron el asunto nos declararon–sin contexto, sin historia, sin otra razón que no fuese la interpretación más simplona y liviana de nuestra realidad política–parte de Estados Unidos. Peor aún, nos declararon no-parte de Hispanoamérica. El primero me parece el producto de la chapucería más crasa: ¿qué se leyeron para preparar el discurso? ¿los primeros dos párrafos de la página de wikipedia? El segundo es más serio. Es la primera vez que el congreso se celebra fuera de Hispanoamérica, dijeron. La aseveración constituye una especie de expulsión conceptual, inapropiada y problemática porque 1) el poder que expulsa es el mismo que, en su momento, nos regaló y 2) el poder que expulsa no debería tener la potestad para decidir quién es Hispanoamérica y quién no lo es.
Quisiera gritar: ¿a cuenta de qué es la monarquía española la que nos arma “hispanoamericanos” a los pueblos de América Latina?
Quisiera decir que el español me vale madre y que el congreso también. Pero no es cierto. Amo al español puertorriqueño–es mi idioma, con él existo, me manifiesto, me construyo y construyo. Amo y aprendo también el español de otros pueblos, sus palabras y cadencias especiales. Y estaría en el congreso de metiche si estuviera en las islas, asomándome a los paneles y a las conversaciones de pasillo, repleta de curiosidad antropológica. Pero si me preguntan, diría que la celebración del idioma no es la celebración de España, sino la de todos los pueblos que lo han adoptado como propio. Porque cualquier conversación adulta y colectiva sobre lengua es también sobre historia y política. ¿A quién se le ocurre decir “este no es el lugar para hablar de historia” en el congreso? Al rey de España. La prensa española no parece sentir, por cierto, particular vergüenza por su monarca. Nos trata más bien con cierta sorpresa, tipo ay, estos puertorriqueños, figúrate tú, qué sensibles…y qué terrible, la ortografía…
Quisiera decir que los asesores de la esposa del gobernador tal vez no hicieron bien al darle el go ahead al traje de colores sin pensar en el chismorreo por venir. Pero creo que los asesores que verdaderamente la cagaron fueron los que le dieron el go ahead o, peor aún, escribieron, los discursos que el rey y el director del Instituto Cervantes pronunciaron en la inauguración.
Quisiera que todo esto nos sirva de lección, nos ayude a recordar que podemos amarnos y amar nuestro(s) idioma(s) sin estar loquitos (tan lejos, tan pendejos) por cualquiera de los dos países que nos colonizaron. Ni pitiyanquis ni hispanófilos, escribiría en una bandera apretá, sinuosa, con cuerpo imprudente y con los colores del Caribe.
Rima Brusi, mar. 2016