Opinión

por José Pepo Santiago

El 19 de noviembre de 1493 una flota al mando de Cristóbal Colón llegó a una isla llamada Boriquén, la  cual posteriormente invadieron, subyugando a sus habitantes mediante la fuerza y el engaño. Durante el proceso de dominación utilizaron la evangelización para esclavizar y las balas para someter a los indígenas de la isla. Violaron sus mujeres, robaron sus riquezas y se adueñaron de sus tierras. Convirtieron la hermosa isla en una colonia de España. En aquel entonces, el taíno temió a los invasores cual si fueran dioses hasta el ahogamiento de Diego de Salcedo. Convencidos de que eran tan mortales como ellos los combatieron, más cayeron derrotados frente la superioridad en armas y malicia del conquistador.

Cuatrocientos cinco años después un nuevo invasor arribó a las costas de la isla. Ya no llamada Boriquén, sino Puerto Rico, y sus nativos llamados puertorriqueños. A esos nuevos conquistadores no se les vio como enemigos. Los nativos vieron en ellos, cual si fueran dioses, la salvación. Conquistadores que los sacarían de la miseria y los abusos a los que eran sometidos por los españoles. No tardaron en darse cuenta de que los nuevos invasores se apoderaban y despojaban al país de sus riquezas, igual que los anteriores. Ante esta realidad, resurge la indignación en un sector de la población y con ello la resistencia, plasmada históricamente en el Partido Nacionalista.

Otro sector de la población, seducido por las dádivas y conveniencias, se somete como mansos corderos a las reglas y caprichos del nuevo invasor. Estos se agrupan en dos partidos que se alternan el poder desde 1900. En esa mendicidad llevan más de un siglo, con los desastrosos resultados que vemos en el país.

Con el régimen establecido por los norteamericanos no mejoró en la primera mitad del siglo 20 la calidad de vida del puertorriqueño, ni los derechos como país. Las nuevas imposiciones arancelarias a los productos importados, a los exportados y las leyes de cabotaje encarecieron e hicieron menos accesibles los productos de primera necesidad; aumentando la miseria en la población. Puerto Rico se convirtió en un buen negocio, tanto en el aspecto económico como en el militar. El establecimiento de industrias de capital norteamericano que explotaba al obrero puertorriqueño. Bases militares en Vieques, Culebra, Roosevelt Road en Ceiba, Buchanan en el área metropolitana, la Base Ramey en Aguadilla, Campamento Henry Barracks en Cayey, El Fuerte Allen en Juana Díaz, El Campamento Santiago en Salinas y la Base Aérea Muñiz entre otros, revistieron de importancia a nuestra isla desde la segunda guerra mundial hasta el final de la guerra fría. Ni aun con las ventajas de aquella época, el imperio se tomó la molestia de anexar a Puerto Rico como estado.

Al día de hoy sin las ventajas de otros tiempos, con un país en bancarrota por las malas gobernanzas y la política colonial restrictiva, ¿pensará seriamente algún congresista en los Estados Unidos en la posibilidad de que Puerto Rico pueda convertirse en el estado 51?

Congresistas y políticos norteamericanos, legisladores y políticos puertorriqueños son todos parte de una misma fauna. Individualistas, sus intereses personales o ambiciones van por encima de los intereses del país. Un ejemplo clásico es el del congresista por el primer distrito de Idaho y nacido en Puerto Rico, Raúl Rafael Labrador, quien ha tomado la iniciativa entre los republicanos para bloquear cualquier posible ayuda a la crisis en la isla, argumentando que por los malos manejos de los dineros del país y por los excesos y despilfarros de los gobernantes, ellos no van a brindar ayuda. Que, aunque nació en Puerto Rico no piensa en ayudar a los puertorriqueños y tampoco le preocupa como ellos piensen, pues él se debe a sus constituyentes del primer distrito de Idaho y allí la población de boricuas no llega al uno por ciento. Pretende, dentro de su pobre calidad humana, castigar a la población por los abusos cometidos por políticos de su misma honorabilidad.

Lo más penoso es que esa fauna política malévola, se perpetúan en el poder gracias al voto de electores individualistas, conformistas y sin visión de futuro. El descaro ha llegado a tal magnitud que ya no solo se perpetúan en las posiciones electivas, ahora son dueños de ellas y se las dejan en herencia a sus descendientes. ¿Ante este escenario existirá alguna posibilidad de salir de la crisis?

La política tradicional norteamericana ha recibido un duro revés con el estilo del candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump. Tal vez no sea la persona más honesta, pero políticamente no hay otro más sincero, dice las cosas como las piensa no importa las consecuencias.

Quien piense que si Hillary Clinton gana la presidencia estará abriendo camino a la estadidad y si gana Donald Trump estará más cerca que nunca la independencia, se equivocan, por el momento ninguna de las dos alternativas de estatus tiene posibilidades. Si en el mejor momento de desarrollo de la isla no lo tomaron en cuenta para la estadidad después de tanto cabildeo, sumisión y mendicidad, ahora menos.  En lo referente a la independencia, los políticos locales y los del imperio por décadas adoctrinaron a la población de los males de esta. El cuco de la independencia está tan arraigado en la mente de la mayoría que, al primer indicio de soberanía, la generalidad del pueblo con libre acceso a la nación norteamericana, emigraría. Esto crearía un disloque en muchos estados con grandes concentraciones de puertorriqueños, lo que descarta que el americano lo avale.

La potestad para convertirnos en el estado 51 reside en la voluntad del congreso. Por el contrario, la decisión de convertirnos en un país independiente la tiene el pueblo puertorriqueño. Para la primera, el rechazo congresional es mayoritario, y para la segunda, con más de cien años de adoctrinamiento en contra de la independencia, difícil lograrla. Tendremos colonia para buen rato.  Superar la mentalidad colonial  no es fácil, pero tampoco imposible, se empieza tomando control real de los asuntos del país.

La historia no registra casos de imperios regalando o compartiendo sus riquezas. Es una falacia de que Estados Unidos nos da o regala, solo nos devuelve parte de lo que nos quita para mantener la hegemonía. El resto de lo que queda se lo reparten quienes han gobernado y sus allegados.

©José Santiago Rivera