El hombre marcó en el celular el número de la casa. Le contestó el hijo menor, más o menos de 12 años. Le dijo que su madre no había llegado del trabajo.
– Pues cuando llegue dile que me dejaron doblando el turno. Que tengo que visitar las otras plantas… la de Fajardo, Arecibo y Ponce… es una auditoria y me voy a quedar por acá.
– Entonces, ¡te vas a perder la transmisión del juego pai!
– Eso es lo que me encojona, pero dile a tu mai que mañana llego tempranito porque me van a tener que dejar ir antes porque… ¡esto ‘stá cabron!
– Esta bien pai. Que descanses.
– Te veo mañana mijo Dios te bendiga.
Dejo caer el celular y se acomodó de medio lado. Arropó con su mano derecha el seno completo de su acompañante. ¿Era María? ¿Sandra? ¿Lorena? No recordaba. Tendría que mirar nuevamente su directorio privado, sus contactos “comerciales”.
– Hay tiempo. De aquí a que termine… con decirle “mami” pasa.
Ella levantó su pierna hasta la cadera del hombre, sin dejar de besarlo. En un acto de acrobacia quedo arriba con sus cabellos ondulantes sueltos, libres al aire y en un movimiento desafiante quedan cara a cara. Ella le dice:
– Ay Robe…, Pedr…, Luis… ¡papi!
Fue necesario poner los celulares en silencio. Los contactos de ella se activaron y él no pudo superarlo.
© Marinín Torregrosa Sánchez, 2 de septiembre de 2017.