Reseña del libro El ombligo de la plena de Rafael Aponte Ledée

Rafael Aponte Ledée

Cuando mi tocayo Rafael Aponte Ledée me sugirió que escribiera algunas líneas sobre su libro más reciente, El ombligo de la plena: nacimiento y desarrollo, me puse a pensar en que tengo que aprender música. En efecto, no tengo conocimiento alguno de la música, como tal. Es más, no tengo aptitudes musicales de ningún tipo. Nunca he tocado un instrumento musical (salvo una que otra mesa de barra) ni he sido parte de ningún grupo musical. Probablemente soy el único guayamés de mi generación que no dio el grado ni para Viva la Gente.

Paradójicamente, crecí en una familia llena de música, y en un barrio musicalizado. Desde mi hermana con el piano hasta mis primos con las guitarras, bajos, baterías y congas, estaba siempre rodeado, día y noche, de música. Mi primo Reuben, de hecho, coleccionaba tiples, guitarras y cuatros. También estaban mis tíos con sus cuatros, panderetas y acordeones. Los villancicos y aguinaldos de mi tío Yano Colón, en los Bernieles, eran pura gloria. Es más, tengo primos que son aún músicos profesionales de salsa y jazz. Y si eso fuera poco, por las tardes, en la plaza de Guayama, se daba cita la muchachada negra para tocar y bailar. Pero yo, bueno, nada de nada.

Confieso, antes de seguir, que mi género musical favorito es la plena. Me gusta eso de que no solo la musicalidad, sino también la letra, despierta la imaginación. Siento, además, que es un género realmente democrático, en sentido afrocaribeño. Lo importante es el movimiento de las nalgas. Aquí, en esto de la plena, creo que tengo una ventaja sobre algunas personas que siguen el tema a través de los libros. Viví de niño en Hoyinglés. Y allí, en el corazón de ese barrio de negros libertos, vivía el panderetero Adolfo Pica Guadalupe o, como siempre lo conocimos en el barrio, Bucá.

Ya adulto, viviendo en San Juan, me enteré en algo de lo que Bucá representó para el desarrollo de la plena. Alguien me habló de grabaciones y hasta de filmografía. Pero, al menos en mis tiempos en Hoyinglés, en la década de los sesenta, Bucá era, pura y simplemente, nuestro vecino. Resultaba común, lo recuerdo bien, que por las tardes Bucá subiera por la calle Duque con la pandereta en mano. Mi primo Reuben avisaba a todo el mundo, y en un santiamén la muchachada avivada le seguía los pasos a Bucá. Era una escena impresionante de un plenero seguido por chiquillos descamisados y pobres que buscaban mantener viva la algazara del barrio. Terminábamos siempre en el callejón de los Capella, en la esquina cercana a doña Quina, donde Bucá nos obsequiaba sus conciertos. Lo mejor era verlo tirar la pandereta al aire en medio de una canción, sin perder el ritmo. Entre la muchachada, valga la pena mencionar, no había ni piernas gulembas ni gorditas que no bajaran hasta el fondo, como diría Calle 13.

La cuna de la plena

¿En qué lugar surge la plena, Ponce o Guayama? La tesis de Aponte Ledée es que la plena dio sus primeros pasos en Guayama, y no Ponce como se ha afirmado a través de los años. Sería un error, no obstante, ver este libro meramente como un intento de entrar en un debate abstracto sobre el momento y lugar de surgimiento de este género musical. Aquí hay algo más, un argumento que, en mi opinión, está por encima de cualquier preferencia personal. No hay por qué retar eso de que Ponce es Ponce.

En su libro Aponte Ledée nos habla de que la plena «original» nace en Guayama a principios del siglo XX. A partir de entonces Guayama se convierte en uno de los «polos» del desarrollo del género musical. El otro es Ponce. El autor indica, además, como se ha afirmado una y otra vez en la literatura musicológica, que la plena fue creación de la clase trabajadora del cañaveral en la región del sureste.

Esta posible controversia abstracta entre Guayama y Ponce, sin embargo, no debe de distraernos de lo que me parece es un argumento aún más fundamental del libro. Aponte Ledée nos dice que la plena surge, entre las masas trabajadoras del sureste, en el contexto del saqueo regional de la región por los grandes intereses capitalistas estadounidenses en alianza con la burguesía local. El aspecto regional de este proceso no debe de ser subestimado. Entre 1907 y 1915, en particular, se da un proceso de saqueo no solo de la tierra del sureste, sino también de la totalidad de los recursos humanos y acuíferos de la región. Fue un asalto coordinado, integrado y violento de lo que hasta entonces había sido una importante región agrícola del país. El capital extranjero siempre vio el sureste como una comarca cuya explotación tenía que realizarse desde una perspectiva regional. Y en la burguesía local, entre otros los Cautiño y McCormick en Guayama, tuvo aliados importantes.

Entonces no bastaría, como han hecho otros autores, con decir abstractamente que la plena surge como expresión de las vivencias de la clase trabajadora agrícola en el sureste. Aquí el contexto lo es todo, incluyendo la creación de las gigantescas represas de Carite y Patillas, la canalización del riego, la apertura del sistema ferroviario de Guayama a Ponce, y el cultivo y procesamiento moderno de la caña. Miles y miles de trabajadores fueron traídos de toda la región al campo de Carite para construir la represa. A veces la población de proletarios en la construcción en la montaña virgen era mayor que en el pueblo. Huestes proletarias como las describía Marx en El capital. Esto ocurría a la vez que miles de trabajadores cultivaban la tierra o desplegaban los rieles del tren. Lo que en última instancia hizo posible este saqueo regional de los recursos del sureste fue la concentración masiva y simultánea de trabajadores mulatos en tres áreas: la producción de materia prima (agua) en la montaña, la siembra y cultivo de caña en los llanos, el procesamiento y el transporte, cerca del mar caribe. Algunas de las primeras plenas fueron dedicadas no al cañaveral sino al túnel del riego y la represa de Carite. «El alumbramiento de la plena –nos dice al autor– ocurre en el callejón del cañaveral, el camino de hierro de hierro entre Ponce y Guayama y el camino del agua desde Carite y Patillas para irrigar el erial salitroso más allá de Salinas». Ese entrelazado regional, dicho sea de paso, nunca ha sido estudiado con la rigurosidad que se merece. La sociología del sureste está por escribirse. Hijos del cañaveral sí, pero también de proyectos ciclópeos que alteraron la hidrografía del país y la vida marítima de comunidades enteras en función de los intereses azucareros extranjeros.

También la cultura tenía una dimensión regional. Cuando Estados Unidos invade a Puerto Rico en 1898, el sur y sureste del país lo eran todo. Al menos, era así desde la perspectiva del invasor. Allí estaban los grandes recursos económicos para la explotación, los mejores puertos, las mejores tierras para el cultivo de la caña, la posibilidad del sistema de riego y todo lo necesario para la exportación del azúcar. Además, había una población proletaria cultural y étnicamente homogénea.

El sureste era territorio mulato, permeado de una cultura negra entre las masas, expresión de comunidades genuinamente afrocaribeñas. Esto resultaría crucial para que, en cosa de pocos años, el gran capital, en alianza con la burguesía local, estructurara la explotación masiva de trabajadores. El capital piensa en todas esas cosas. Allí donde la gran producción capitalista se establece con fuerza, es porque existe un elevado grado de homogeneidad cultural entre las masas expropiadas.

Ante la interrogante de qué es la plena, Aponte Ledée nos muestra una región plenamente bajo el puño del capataz blanco. La respuesta de la clase obrera mulata fue también plena o totalizante: un baile, una coreografía, un modo de hacer música y una manera genial, bien proletaria y caribeña, de interpretar la dinámica social y racial en toda la región: «La Plena había calado profundamente, durante esa segunda década del siglo XX, en el gusto y sentir de los trabajadores de la caña y del Riego. Los obreros la bailaban, la coreaban y coreografiaron, son los personajes de sus historias y sus cuentos. Son sus músicos y difusores, sus textos son la carne de la Plena. En los barrios obreros, el sábado de cobro en las haciendas se escenificaban sus bailes, el consuelo del sufrimiento de sol a sol en el cañaveral».

Estamos hablando aquí, hay que poner énfasis, en un proceso regional de saqueo de recursos humanos, naturales y sociales sobre las bases de la tecnología capitalista agrícola más avanzada de esos tiempos. Esto no era la norma ni siquiera en la agricultura comercial estadounidense. Nada comparable existía ni en Cuba ni en el resto del Caribe. A lo sumo, esta concentración de recursos capitalistas en un proceso de saqueo regional era lo que dominaba en algunas islas de Hawaii, lugar en que la opresión cultural era también importante, aunque allí no había la homogeneidad característica del sureste nuestra isla. Parte de ese proceso era el interés de la clase capitalista, en conjunto de dominar, la ideología y cultura de una población mulata formada al calor de la rebeldía caribeña, de Arroyo a Juana Díaz. La homogeneidad étnica y cultural de la región, repito, sirvió a los intereses del capital extranjero.

Saqueo de las mujeres pobres del sureste

La temática de la mujer está presente en la plena desde sus inicios: Juana Peña, Josefina, Eran las tres de la tarde cuando matan a Lola, y tantas otras. ¡Cuántas veces no hemos coreado versos de esas plenas sin ponernos a pensar en quiénes eran estas mujeres ni en porqué llegaron a convertirse en la letra de plenas populares! Pues bien, uno de los méritos del libro de Rafael Aponte Ledée es mostrarnos las historias reales, una y otra vez deformadas, de mujeres del sureste de Puerto Rico victimizadas, primero, en la vida real y, segundo, en las letras de las plenas.

Y es que, así como la transformación del sureste en una gran fábrica de azúcar fue un proceso de saqueo regional de las riquezas de la comarca, también sirvió de caldo de cultivo para el saqueo sexual de las mujeres pobres de los pueblos de Salinas, Guayama, Arroyo y Patillas. Claro, la explotación sexual de las mujeres de la región no comienza con la invasión de 1898. Ya desde antes, nos dice el autor, los ricos blancos del área, como los Cautiño, insistían en ejercer el derecho medieval de pernada, es decir, de acostarse con las mujeres vírgenes. Lo que pasa es que el proceso de transformación económica de la región principios del siglo XX, representó la proliferación de condiciones extremas de explotación de las mujeres del sureste. El desempleo, la violencia doméstica, el trabajo inhumano en el hogar y fuera de la vivienda, todo ello era el diario vivir de las mujeres. Y con ello va adquiriendo un peso mayor la prostitución como una salida económica personal; sobre todo la prostitución para el beneficio de los ricos y depredadores sexuales de los pueblos grandes de la isla, que acudían a la región para satisfacer sus vicios. Mongo Serrallés, nos dice el autor era uno de los más notorio. Ah, y «el obispo que llegó de Roma».

A lo largo de la comarca del sureste, pero especialmente en pueblos como Arroyo y Guayama, comenzaron a proliferar a principios del siglo XX negocios que combinaban los bailes de plena con la prostitución. Los había de dos tipos: unos para los ricos, conocidos como boldín, que eran para los hombres de dinero y ofrecían jovencitas y mujeres bien vestidas; otros, conocidos como de «mujeres de segundo cambio», que estaban abiertos únicamente para los trabajadores. La demarcación entre un tipo de negocio y otro era rígida, pues ni los obreros de la caña ni las mujeres de “segundo cambio” eran permitidas en los boldín. A estos últimos iban los Cautiño, los Serrallés, los Benardini y la aristocracia blanca de Puerto Rico. También lo extranjeros invitados por la burguesía local. Aquí se daba la trata considerada blanca. Luego iniciaban lo que para ellos eran un festín sexual, de carnes para sus despensas.

De hecho, Luis Palés Matos nos habla en su novela Litoral de uno de estos empresarios de la trata de mujeres en la comarca sureste. Original de Guayama, su nombre era Pepe Olazagasti. Según el bardo, Olazagasti se vanagloriaba de ser un traficante de «carne farandulera y de hembras de rechupete». Cierre usted los ojos por un momento. Imagine la plaza de mi pueblo al atardecer, llena de hermosas calesas que exhibían mujeres jóvenes y bien vestidas. Estas calesas eran como vitrinas rodantes, nos dice Aponte Ledée, en que se exhibían las mujeres exquisitamente vestidas que llegaban por tren a la ciudad desde Ponce. Eran las prostitutas de boldín. En las sillas de la plaza se sentaba la aristocracia masculina, acompañada de sus mucamos, siempre protegida de los trabajadores negros.

Juana Peña

Apenas tendría yo 14 años cuando escuché una canción que impactó mucho mi gusto musical. Se trataba de Juana Peña, de Willie Colón y Héctor Lavoe. Hasta entonces era muy poco o ninguna la salsa que me gustaba, fuera de Ismael Rivera. Pero Juana Peña me gustó mucho, tanto por los trombones y la voz de Héctor Lavoe. La letra era también pegajosa, aunque, a decir verdad, no tenía nada que ver con mi vida. Yo no había tenido ni una novia. Mas la canción encajaba muy bien con la cultura machista de mi padre y mis tíos y, para ser franco, con las actitudes de la ciudad entera: «Ella era una mujer que a muchos hombres había engañado, pero un día vino un hombre que con un beso la traicionó. Y ese hombre nunca había llorado, y fue por ese hombre que Juana Peña lloró».

Mirándolo en retrospectiva, no puedo sino sentir disgusto por lo que la letra de una canción puede provocar en la educación de un joven. En este caso, apuntalar prejuicios que mostraban a las mujeres como seres traicioneros y merecedores de castigo. «En esta casa usted no entra borrachona». ¡Cuántas veces no cantábamos ese estribillo!

Pues bien, no fue hasta ahora, al leer El ombligo de la plena, que vine a enterarme de quién era Juana Peña y de la vida que vivió. En la versión que Aponte Ledée rescata de la memoria de antiguos pleneros, Juana Peña fue una mujer del sureste victimizada no solo por su belleza de mujer caribeña, sino, pura y simplemente por ser mujer. Su vida fue, como la de tantas mujeres mulatas y hermosas del sureste, una lucha titánica en contra del desempleo, la miseria y la violencia doméstica. Y en contra del saqueo sexual: «Apenas virgen, mercadeada por los traficantes de la pureza», Juana Peña se enfrentó al machismo y la prepotencia de los hombres. Quizás no falte quien ponga en duda la versión que nos da Aponte Ledée de la historia de Juana Peña. Fue una historia que Rafael Hernández, sin vivir en el sureste y sin conocer en realidad el género de la plena, comercializó en Cuba. Pero al menos para mí, la versión de una mujer del sureste, luchando por escapar de las garras de la miseria, la violencia doméstica y la prostitución, hace hoy más sentido que la de una mujer promiscua que «a muchos hombres había engañado».

Y llegamos así a lo que me parece más importante. El ombligo de la plena nos ofrece otra ventana para apreciar a la historia del sureste y, en particular, la rica cultura afroboricua de la región. Vilipendiada, abusada y ultrajada por el invasor y sus aliados del patio, la comarca que va de Juana Díaz a Patillas contiene un legado enorme de cultura tanto en su literatura como en su música y pintura. Del sureste salió Luis Lloréns Torres y la obra de nuestro poeta mayor, Luis Palés Matos. De allí salió también la plena y la bomba afrancesada. Y fue cuna de nuestra noble brujería y espiritismo. La región nos dio el deporte del caballo de paso fino. Y también ha sido fuente de inspiración para algunas de nuestras más grandes escritoras: Julia de Burgos, Mercedes López-Baralt y Marta Aponte, para mencionar solo tres creadoras profundas. También es el hogar de pintores como Nelson Sambolín. Y de músicos y atletas increíbles, como en Salinas y toda la región. En fin, de gente humilde y creativa que, en contra del viento y la marea, han hecho del amor a Puerto Rico una verdadera vocación.

Extiendo, pues, una invitación a la lectura del libro de mi tocayo y compueblano Rafael Aponte Ledée….

El autor es un abogado, periodista y escritor guayamés nacido en New Jersey que se ha destacado en luchas sociales en los Estados Unidos. Es activista en las luchas reivindicatorias de los indígenas de Dakota del Sur. En 2014 ganó el primer premio del concurso literario ‘Una Especie en Peligro de Extinción’, en la Feria Internacional del Libro en La Habana, Cuba, con el ensayo El Coyote y su bol de polvo.