A lo lejos oí el tintineo antiguo de mis pasos y las campanas de la iglesia de mi pueblo sonaron. Temblé. Me incline sobre los latidos de su corazón…  Los fantasmas de mi pueblo no me dejaban dormir.  Todo se deslizaba sobre mí.  Gertrudis la loca me hacía señas para que recogiera palillos de fósforos para jugar. Me escondí detrás de Pepe el ciego y Fitito me dijo:

— ¡Corre que por ahí viene la tempestad!

Recé por dos piernas milagrosas.  Charango me montó en su carretilla. Vi el dolor de mi camino ocultarse sobre sus parpados y una voz que rechinaba en mis oídos casi me despierta.  Sin volverme hacia mi alma dormida me arrojo malecón abajo. Mi sombra quedó solitaria a orillas de Rio Abey y aquella figura quijotesca me levantó con un fuerte grito:

— ¡Tan cayó!

Desde ahora soy extraño a los recuerdos de mi casa. Recogí mis pasos salados y me marché sin compañía.

©Edwin Ferrer 9/12/2009