Heme aquí, Padre.

Por amor, cuelgo de este madero.

Me enviaste a ellos y entre ellos anduve.

Mostrándoles el camino;

Enseñándoles  de tu amor y de tu misericordia.

Enjugando toda lágrima.

Dando de comer al hambriento,

Saciando la sed del sediento,

Y  libertando a los cautivos.

Tomé sus pesadas cargas,

Y las puse sobre mis hombros

En una pesada cruz:

Sus heridas rasgaron mi espalda;

Sus pecados traspasaron mis manos,

Y sus enfermedades horadaron mis pies.

Las cicatrices  de tu amor llevo en mi cuerpo.

He comprado sus vidas

Derramando mí sangre por ellos.

Desde esta cruz veo su fragilidad

Pero he dejado con ellos al consolador.

Para que no estén solos.

Para mí ha llegado la hora, Padre.

He llegado a la meta.

He cumplido la misión.

El velo a de rasgarse en este preciso instante.

Hasta que tú me digas que vuelva,

En tus manos encomiendo mi espíritu.

©María del C. Guzmán