—Es un día hermoso para morir.

Oyó el comentario, pero no le prestó importancia e inspeccionó la ametralladora.

—¡Comandante, nada más tengo una ristra de balas!

—No la vas a necesitar —la voz del piloto vibró en sus oídos al momento en que descendía a toda velocidad hacia un mar infectado de acorazados.

Agarró el arma con ambas manos y empezó a disparar.

Envuelto en una bola de fuego, el pájaro de metal impactó la cubierta y él sucumbió al efecto del sedativo.

© Josué Santiago de la Cruz