Contando palillos de fósforos comenzó. Luego contó los nombres de los muertos de su país. Contó las ramas secas de las palmeras y las espigas calvas de los cañaverales. Añadió  los colores del  pálido arcoíris, las equis de los partidos políticos, los bancos arruinados de la plaza y los casquillos de balas en los caseríos.

Siguió su camino y recogió huesos de gallinas, de lechón, pedazos de chancletas gastadas, latas de cervezas vacías de los jardines, jeringuillas flotando en las aguas y hasta el aceite crudo del océano.

Un oficial de la policía se le acercó y le dijo que recogiera toda la porquería coleccionada. Con paciencia arrojó todo por un sumidero infinito, menos un clavel, el cual, cerrando los ojos, puso sobre su nombre.

©Edwin Ferrer