Contando palillos de fósforos comenzó. Luego contó los nombres de los muertos de su país. Contó las ramas secas de las palmeras y las espigas calvas de los cañaverales. Añadió los colores del pálido arcoíris, las equis de los partidos políticos, los bancos arruinados de la plaza y los casquillos de balas en los caseríos.
Siguió su camino y recogió huesos de gallinas, de lechón, pedazos de chancletas gastadas, latas de cervezas vacías de los jardines, jeringuillas flotando en las aguas y hasta el aceite crudo del océano.
Un oficial de la policía se le acercó y le dijo que recogiera toda la porquería coleccionada. Con paciencia arrojó todo por un sumidero infinito, menos un clavel, el cual, cerrando los ojos, puso sobre su nombre.
©Edwin Ferrer
De acuerdo con el comentario de Gloria y añado que entre las grietas de lo feo y la maldad de vez en cuando nacen los claveles.
Me gustó la propuesta encubierta tras la narración. Una manera de despertar conciencias. Nos rodean cosas inservibles y asesinas. Nos cercan trastos inútiles.
El clavel, símbolo de la naturaleza, queda a lo último, como valioso y único medio de rescate.
Aplausos, Edwin!
Si hasta me dieron ganas de comprar unos claveles para mi salón.
Cariños.