Estaban dos sabios jibaros cagueños, Prudencio, aficionado a la ciencia, y Severo, amante de la agricultura, conversando en la  plaza Palmer. El hermoso edificio del antiguo ayuntamiento sobresalía imponente al fondo.

PRUDENCIO:   Severo, ¿sabes tú cuantos átomos de dolor habrá en las lágrimas de cocodrilo?  ¿Valdrá la pena saber?

SEVERO: ¡Seguro que Valerá!  ¡Bendito…! el Jardín Botánico está de luto y además avergonzao.

PRUDENCIO:   ¿Por qué?

SEVERO:   Por las acciones de un sauce llorón ante el deceso un soberano roble.

Ambos se miraron y abrazaron; mientras, por sus mejillas rodaban lágrimas…

©Félix M. Ortiz Vizcarrondo