Pensaba yo que… mientras escribo estas líneas hay una flor abriendo pétalos para adornar la
tumba de un niño muerto. Nace una hoja y reverdece el viejo árbol que le da sombra.
Sobre mis piernas duerme acurrucada Yari, la perrita que salvé del abandono. Su corazón late agitado porque pasó todo el día corriendo por el patio. Pienso entonces, ¿y ese niño? ¿A dónde iría a refugiarse?
Afuera llueve. El coquí cantaba. Mi vecino salió en su auto. La mujer se quedó viendo televisión, la estación es WAPA TV. No me he movido, sin embargo escuché las gotas caer, distingo el croar de las ranas del silbido del coquí. El ruido del auto a la misma hora que comienza el programa Mónica en Confianza. ¿Cuánto más? Podría yo escuchar la agonía, el llanto desesperado en una lucha, aquí tan cerquita: la habitación de un niño.
Al terminar estas líneas algún espermatozoide habrá fecundado un óvulo. En cuestión de segundos dos seres alcanzarán el clímax. Quedarán dormidos en éxtasis total. Al despertar buscarán juntos cómo nombrar lo que anida el vientre. Contarán las lunas pintando sueños. Van a tejer sus dudas mirando al cielo.
¿Y a ti mi pobre niño? ¿Quién apago tu luz aquella noche? ¿Fue el ángel de la guarda quien te arropo con sus alas? Sí, de eso no tengo dudas. Lo inaceptable es que tiemble el pulso de la mano para escribir una sola palabra: JUSTICIA.
©Marinín Torregrosa Sánchez