Tras los dramáticos acontecimiento ocurridos en los países árabes Kenneth Rogoff, profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard, y quien fuera economista jefe del Fondo Monetario Internacional publicó en Project Syndicate un interesante artículo* sobre el panorama social mundial cuyas ideas queremos compartir con nuestros lectores.

Según Rogoff es ingenuo creer que los disturbios y protestas antigubernamentales en los países árabes surgen exclusivamente como reacción al los regímenes de corrupción y represión política que imperan en esa zona, tal como propagandizan los medios de comunicación occidentales. Por el contrario el desempleo rampante, los precios elevados y la evidente desigualdad son factores importantes que subyacen bajo lo que destacan los medios. La pregunta obligada entonces, subraya Rogoff, es si ese tipo acontecimiento perturbador puede producirse en nuestros países ante presiones económicas similares por menos extremas que parezcan.

Para Rogoff “la desigualdad de ingresos, riquezas y oportunidades” está presente en nuestros países con mayor fuerza que en cualquier otro momento del siglo 20. Afirma como dolorosa realidad el hecho de que las corporaciones siguen generando enormes ganancias y nadando en la abundancia mientras que los trabajadores se empobrecen debido a los salarios bajos, el alto desempleo y la proliferación de empleos a tiempo parcial para eludir el pago de beneficios marginales. Aunque estadísticamente la desigualdad  en los índices de ingresos y riqueza entre países disminuye por virtud del crecimiento constante de los mercados emergentes en la realidad resulta una paradoja.

Rogoff afirma sin reserva alguna que a los ricos les sonríe la suerte y les va muy bien.  Aunque la crisis económica mundial se mantiene en niveles críticos, los mercados bursátiles globales se recuperaron y mantiene un crecimiento vigoroso.  Los bienes raíces se estabilizan y los dueños de minas, materias primas y pozos de petróleo siguen engordando sus bolsillos a un ritmo que contrasta con la crisis económica que afecta a los gobiernos y a la gente. Rogoff dice que a pesar de las  enormes ganancias que obtienen los mercados financieros, el sustento de los trabajadores está gravemente golpeado por el desempleo crónico y el alza en los precios.

Igualmente los niveles de endeudamiento público impiden que los gobierno, empantanados en la deuda por obra y gracia del sector financiero, puedan atender la desigualdad promoviendo una mayor redistribución de los ingresos. Inclusive los países que tiene niveles alto de inversión social están impedidos de aumentarla porque afectaría su propia estabilidad fiscal y la credibilidad anti-inflación, y yo añado, la clasificación de su crédito, que por virtud de los niveles de ganancias proyectados para los inversionistas, degradan la capacidad crediticia de los países hasta declarar chatarra el sistema de bonos que garantiza coger prestado.

La globalización, expone Rogoff, deja fuera del mercado laboral a los menos talentosos y la competencia por sedes de industria rentable limita la capacidad de los gobiernos para mantener impuestos elevados a los ricos. En ese escenario los hijos de los pobres ven reducidas sus oportunidades educativas agudizándose las desigualdades sociales.

El artículo señala que “en un momento en que la desigualdad alcanza niveles similares a los de hace 100 años, el status quo tiene que ser vulnerable. La inestabilidad puede expresarse en cualquier parte.” Ciertamente la vulnerabilidad de los gobierno es un hecho.  En Túnez y en Egipto, por ejemplo, “los problemas hoy son mucho más profundos que en muchos otros países. La corrupción y la imposibilidad de abrazar una reforma política significativa se convirtieron en deficiencias agudas. Sin embargo, sería un grave error suponer que la enorme desigualdad es estable siempre que surja a través de la innovación y el crecimiento.”

El autor no tiene respuestas definitivas sobre cómo se desarrollará el cambio y cuál será el pacto social que marque el rumbo de la humanidad. “Lo que resulta evidente es que la desigualdad no es sólo una cuestión de largo plazo. Las preocupaciones sobre el impacto de la desigualdad de ingresos ya están constriñendo la política fiscal y monetaria en países desarrollados y en desarrollo por igual, a la vez que intentan abandonar las políticas de híper estimulación adoptadas durante la crisis financiera.”

Para Kenneth Rogoff  la desigualdad será factor determinante en todos los países en las próximas décadas de afincamiento global. Pronostica que “es muy probable la capacidad de los países para enfrentar las tenciones generadas por la desigualdad profundizará la brecha entre ganadores (ricos) y perdedores (pobres) en la próxima ronda de globalización.”

Copyright: Project Syndicate, 2011.
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srs