Ayer, nadie queria hacerse pasar por mí. Mi nombre estaba seguro. En fechas especiales me llenaba de alegría
abrir el buzón y encontrar los sobres coloridos de las tarjetas postales depositadas por mi amigo el cartero.
Hoy no conozco al cartero y solo recibo facturas de agua, luz y teléfono.
En este mundo mecánico hay gente que solo quieren saber los números personales que me identifican y me ubican. Pero no para enviarme tarjetas de felicitaciones. Quieren saber el banco donde deposito el mísero sueldo que me ha costado arduas horas de trabajo. Continuamente acechada por un enemigo invisible que quiere saber quién soy, de dónde vengo y hacia dónde voy.
Quiero volver a sentir la ilusión de recibir una carta. Aunque solo diga: “Hola.” Hacer fila en el banco o en el correo para escuchar conversaciones simultáneas y reír de ocurrencias ajenas. Olvidarme de que un enemigo virtual quiere apoderarse de mi ATH, de mi lista de contactos y de mi seguro social.
©María del Carmen Guzmán
Para mi nada de online banking. Tengo una tarjeta de banco, pero prefiero hacer fila y ver al ser humano detrás de la ventanilla, contar billetes y sellar papeles con la habilidad de un prestidigitador. Y salir de ahí con una sonrisa y los billetes en un sobre. Ellos insisten en que Yo use la tarjeta, “es fácil y se aprende rápido” dicen. Pero de lo que se trata es de rebelarme contra la automatización. Es una de esas quejas de un tono menor y vano, pero lo hago con placer.
Buen tema…