Cuando despertó, Augusto Monterroso escuchó la algarabía intensa de numerosos pericos latinoamericanos filtrarse por la ventana.

Miró con horror la luz tenue de la madrugada y luchó desesperadamente por volverse adormir: no soportaba la idea de una existencia anodina de un hombre común y corriente.

En el umbral del sueño se dio cuenta de que todos sus relatos, su obra completa, su vida entera, habían sido apenas un simple sueño.

Entonces se obligó a cerrar los ojos y vio una oveja negra, una vaca, un conejo y un león, huyendo ante un enorme dinosaurio diminuto.

Satisfecho, dentro de sus sueños, y para nostalgia de otros soñadores de otros sueños de otras dimensiones, Monterroso
volvió a soñar, incrédulo, en una noche de un viernes siete de febrero del dos mil tres.

Fue entonces, que cuando despertó, volvió a escuchar la algarabía intensa de numerosos pericos latinoamericanos filtrarse por la ventana.

© David Arce