Cuando despertó, Augusto Monterroso escuchó la algarabía intensa de numerosos pericos latinoamericanos filtrarse por la ventana.
Miró con horror la luz tenue de la madrugada y luchó desesperadamente por volverse adormir: no soportaba la idea de una existencia anodina de un hombre común y corriente.
En el umbral del sueño se dio cuenta de que todos sus relatos, su obra completa, su vida entera, habían sido apenas un simple sueño.
Entonces se obligó a cerrar los ojos y vio una oveja negra, una vaca, un conejo y un león, huyendo ante un enorme dinosaurio diminuto.
Satisfecho, dentro de sus sueños, y para nostalgia de otros soñadores de otros sueños de otras dimensiones, Monterroso
volvió a soñar, incrédulo, en una noche de un viernes siete de febrero del dos mil tres.
Fue entonces, que cuando despertó, volvió a escuchar la algarabía intensa de numerosos pericos latinoamericanos filtrarse por la ventana.
© David Arce
Aplausos con eco!!!!!!!
Eres genial. No recuerdo quien dijo una vez que somos un sueño que el mismo Dios sueña. A veces para Él nos convertimos en pesadilla.
En cuanto a Monterroso, le hubiera gustado leer tu cuento, estoy segura.
Cariños
Y al asomarse a ella, como el que mira por primer vez un eclipse, vio, asombrado, como sus sueños, uno tras otro, tomaron la forma de aquel diminuto dinosaurio que, a medida que se alejaba de su ojos cansados de tanto mirar se hacia grande, grande, grande, gran…
Muy bueno, amigo David. No me cabe duda que, de haberlo leído, le hubiera gustado.