—¡De ninguna manera voy a permitir que hagas semejante cosa!

Los gritos de la madre le ahogaron el deseo de decir: Pero es mi cuarto…

No era tanto los colores lo que la escandalizó, sino la idea de que él sabía de su fobia hacia el fuego.

—Cuando muera, después del entierro, puedes hacer lo que te plazca…

Pasado el velorio el coche fúnebre se dirigió a toda carrera en ruta al crematorio.

La temperatura en el horno aún no alcanzaba los 1000 grados centígrados cuando sonó el celular.

—Toda la casa de rojo, azul y naranja, como les había dicho —enfatizó y sin quitarle los ojos de encima al incinerador, le dijo al hombre que operaba los controles:

—Disponga de las cenizas a su discreción.

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