Con sus lamentos y sus silencios palpaba el solemne cascajo esparcido bajo la sombra, donde se repetían sus pasos solitarios. Su eco se tragaba la calle de la ciudad, como si una bestia de asfalto le devorara la vida y no quedara nada desde la noche hasta el día.

— ¿Dónde está su  amor?—

— ¿Donde está el sol de sus mañanas?—

— ¿Lo habrá transportado algún navío sobre el agua del mar para jamás volver?—

— ¿Donde están los ecos de los besos que palpitaban cual alas de palomas en torno a su cuello la noche de su boda?—

Solo deseaba una choza para su cuerpo; un apartamento desamueblado para revivir el pasado y borrar cada huella que lo llevó al fracaso. Tal vez cambie mañana: el amor corta sin contemplaciones las cuerdas que lo atan a los errores tejidos con los años.

Por semanas los escombros de su cuerpo estarán como una torre desgastada y un techo perforado por goteras en sus entrañas.

— ¿Quién le cocinará?—

— ¿Quién le lavará la ropa?—

Al  momento de ocupar el apartamento, encendió un televisión de trece pulgadas, puso una pizza en el microonda y comenzó a cambiar de canales.

© Edwin Ferrer