“La corrupción es parte de nuestro metabolismo social”

Esa es precisamente la postura, “Comfort Zone”, que ha adoptado el pueblo puertorriqueño desde que aprendió a vivir en el embuste. Tanto es así que ahora, cuando ya no es posible sostener como verdad lo que nunca dejó de ser una mentira, asumimos, con menguadas y meritorias excepciones, una posición cínica al engaño.
A los timadores, a los politiqueros, a los evangelistos les conviene que se le deje hacer por la libre (“A mi plín y a la madama dulce coco”, “Que se joda”, etc.)
Nos hemos acostumbrado al desorden, al bandolerismo, y para no comprometernos, so pena de vivir una vida larga y sin estrés, hemos encontrado la manera de legitimarlo: “Eso no hay quien lo acabe”.
Ya nada nos indigna. Nada nos mueve a levantar nuestra voz para protestar y cuando lo hacemos nos tildan de inadaptados, extremistas y locos…
“Dónde se ha escondido el Hombre? Nos ahogamos. Nos mutilan desde la infancia. Sólo hay monstruos…” Paul Nizan
Lejos de ser una virtud, una manera decorosa de encararnos al mundo y sus problemas, esa actitud es la manifestación de ese cinismo colectivo que ni enriquece nuestra humanidad ni nos ennoblece.
©JSC
Vivimos un mundo de vecindarios y uno a uno se van dañando porque ahora un bandido decidió meterse a la marquesina de una casa a plena luz del día a robarse una bicicleta, mientras nosotros, que somos vecinos del hogar asaltado y presenciamos la fechoria, no hacemos nada ni delatamos al bandolero porque no queremos meternos en problemas.
Mejor pasamos con fichas, nos dejamos intimidar por un pellizca niple y cuando caemos en tiempo descubrimos que vivimos en el infierno. O lo que es todavía peor, preferimos enrejarnos a reclamar el derecho a vivir como Dios manda, aunque tengamos que tomar la justicia en las manos.
Cuando trabajaba para una agencia de servicio público en la comunidad vi al conserje, hombre sesentón, acongojado, como si de súbito le pesara la vida.
“¿Qué está pasando, don?”, le pregunté.
Eso bastó para que se vaciara en mi totalmente.
La historia que me contó era como para tomar una decisión, porque el abuso crecía a pasos agigantados.
“Se mete a nuestro hogar y en la nevera guarda la droga que vende en la esquina. Empuja a mi esposa y nos amenaza con matarnos si lo delatamos. Me estoy volviendo loco”, me dijo.
“Yo no sé usted, don. Pero si eso me pasa a mi yo voy a la armería, compró un arma para tenerla en casa. Tomo clases de tiro y cuando se meta en mi casa a buscar la droga le vuelo la cabeza y llamo a la policía y le cuento que invadió mi propiedad con intenciones de agredirnos”.
A partir de entonces, el don cambió su actitud melancólica y volvió a ser alegre como era antes.
Dos o tres meses después me llama la directora de la agencia, era un día de semana, para decirme que el don había matado a un tirador de drogas que se le metio a la casa.
Seis horas estuvo en el distrito policial y con ese tiro, no solo se sacó de encima un problema serio, sino que le cerró el kiosko en la esquina a los otros que habían convertido el vecindario en una manigua de topos.
Puerto Rico ha llegado al punto en que la gente decente en cada vecindario tiene que tomar cartas en el asunto porque, como dijera Freddy Beras Goyco, en República Dominicana, la Policía no da pie con bola.
´Josué querido: Dices grandes verdades. Mi madre decía: “Ay!! con el manso cuando despierta de su letargo! Es cierto que nos hemos acostumbrado a resignarnos, a escuchar discursos vanos, a creer en los medios de comunicación comprados, a dejar que los ríos desborden, que los terremotos hagan estallar los reactores nucleares y a que la gente se quede sin casa por no poder pagarla, es toda una verdad, pero siempre pienso que un día, el manso se cansará de serlo y como decimos en Argentina: “¡Agarrate Catalina!”