Corría la década de 1970. El carpeteo estaba en todo su apogeo en Puerto Rico. Los amigos acostumbraban reunirse en las plazas de recreo a tertuliar sobre diversos temas.

En el redondel de la antigua Plaza Delicias se reunían asiduamente una docena de ciudadanos mayores residentes de la zona urbana. Algunos aún trabajaban; la mayoría eran jubilados de diversas ocupaciones y profesiones. Aquella tertulia ocupaba tres bancos en el sur del redondel. Por lo asiduo de las sesiones (todos los días entre siete y diez de la noche) y el perfil de los tertulianos a dicha tertulia se le llamaba El Senado.

Ciertamente era una peña donde diariamente se pasaba  juicio sobre el acontecer local, nacional e internacional; donde se esgrimían, tanto chismes cotidianos como asuntos de mayor envergadura. Lógicamente los temas más candentes giraban en torno a la política y la condición colonial de Puerto Rico, asuntos tras los que la racionalidad descendía a los niveles más bajos y el absurdo o el fanatismo cogían vuelo. Y aunque usted no lo crea, desde siempre, en esta bendita democracia nuestra, presumiblemente legado glorioso del sistema estadounidense, existen temas prohibidos y expresiones reprimidas. Silenciados por aquello de que a uno no lo carpetearan como comunista, ayer, o como terrorista, hoy.

Reunirse a tertuliar en las plazas de recreo fue también costumbre de los jóvenes de la época.  Los deportes, la película presentada en el cine Monserrate, el acontecer cotidiano, los amoríos, las anécdotas y los chismes, así como la política seguían siendo los temas preferidos de los diversos grupos reunidos a tertuliar en las cuatro esquinas de la Plaza.

Esta foto recoge un momento de tertulia entre amigos que usualmente, contrario a los integrantes del augusto Senado local, se expresaban a toque de Clarín sobre los temas prohibidos. Por la osadía de llamar las cosas por su nombre, las autoridades de entonces creían que más que tertuliando, estaban conspirando, por lo cual había que darle sus yemazos. Tres décadas después, a esos tres, al que los retrató y a otros que se unieron al grupo esa noche, los invitaron a recoger la flamante carpeta que sobre cada uno de ellos confeccionó el NIE, claro está, siguiendo órdenes de las agencias de seguridad washingtonianas.

srs