A Roberto Arango
La noticia se regó por los pasillos del Senado y fue tema de conversación en Fortaleza.
La Comay hizo un issue del asunto:
“El Senador tiene un chillo”
Para empeorar la cosa, en esos días disolvía una relación de 20 años con su pareja y todo, según los chismólogos, a causa del chillo que ahora le achacan.
El no quiso emitir opinión al respecto, por lo que la gente dio por confirmado el rumor:
“El Senador tiene un chillo”
Esa tarde, en un exclusivo Penhouse de El Condado, el legislador cenaba con un amigo, a la luz de la luna y las estrellas refulgentes, un suculento plato de chillo a la parrilla con tostones volaos, ensalada y una botella de Château Pêtrus.
© Josué Santiago de la Cruz
A 26 de agosto de 2010
Como la política, no así el político, la literatura es el arte de lo posible y lo insólito, partimos del rumor que alcanzó notoriedad en boca de La Comay y en los corillos del pueblo (“El Senador tiene un chillo”, que es como decir, fulana, mujer casada, tiene un chillo), bregamos con esa cosa que llamamos cotidianidad, con el bochinche y su efecto en la imaginería popular, pero no nos circunscribimos a recontar lo contado sino a crear de lo contado literatura. Nos salimos de lo anecdótico para arribar a un final ambiguo, abierto a la especulación, a la conjetura. En otras palabras no matamos el bochinche, mas bien le damos algo de caché.
Como la política, no así el político, la literatura es el arte de lo posible y lo insólito, partimos del rumor que alcanzó notoriedad en boca de La Comay y en los corillos del pueblo (“El Senador tiene un chillo”, que es como decir, fulana, mujer casada, tiene un chillo), bregamos con esa cosa que llamamos cotidianidad, con el bochinche y su efecto en la imaginería popular, pero no nos circunscribimos a recontar lo contado sino a crear de lo contado literatura. Nos salimos de lo anecdótico para arribar a un final ambiguo, abierto a la especulación, a la conjetura. En otras palabras no matamos el bochinche, mas bien le damos algo de caché.
Como la política, no así el político, la literatura es el arte de lo posible y lo insólito, partimos del rumor que alcanzó notoriedad en boca de La Comay y en los corillos del pueblo (“El Senador tiene un chillo”, que es como decir, fulana, mujer casada, tiene un chillo), bregamos con esa cosa que llamamos cotidianidad, con el bochinche y su efecto en la imaginería popular, pero no nos circunscribimos a recontar lo contado sino a crear de lo contado literatura. Nos salimos de lo anecdótico para arribar a un final ambiguo, abierto a la especulación, a la conjetura. En otras palabras no matamos el bochinche, mas bien le algo de caché.
Josué: Genial. Con todo y eso aclárame es de chillo y chillo. La primera referencia que tengo del figurado chillo me la expresó mi querido Compadre Abraham Santiago, recién llegado de New York. Antes no la había escuchado por acá. No tuve la curiosidad indagar sobre la novedad. Cosa distinta al caso de los cabrones.
Nuestro compueblano Calolo, (Carlos Colorado Modesto) en la época en que Cabrón era el insulto y la ofensa más grande que se podía hacer a un hombre macho, acostumbraba al llegar a los sitios en que se reunían hombres, particularmente en las barras, gritar a boca de jarro: “Cabrones todos”.
A fuerza de tanto decirlo la gente se encariño con la palabra y al sol de hoy, en Puerto Rico, Cabrón ha perdido la fuerza insultante que tenía y ahora los mejores amigos se elogian llamándose uno al otro, de modo afable, como Cabrones.
No tengo idea de la fuerza que puedan tener tus Chillos ya sea figurado o frito. De todos modos, Arango es el dueño de sus recursos naturales, pero por si acaso, y para beneficio público: Explícame, no veo ofensa. Que conste no lo estoy defendiendo, porque de chillo a chillo solo hay una carcajada.